Ha muerto Johnny Hawk. Descanse en paz, bajo
una tosca cruz de madera, en algún rincón de las Montañas Rocosas.
No sé si se acuerdan ustedes de él: era el guía
de una caravana de colonos que iba a donde van todas, al Oeste, atravesando, como
siempre, un territorio indio que vivía en la precaria tregua de un tratado de
paz a punto de romperse por la ambición de los rostros pálidos. En este caso
dos fulanos malencarados (Walter Mathau y Lon Chaney, jr), que cambiaban a los
indios oro por whisky barato.
Johnny se enamoraba de una india (Elsa
Martinelli, que hacía su primer papel en Hollywood, antes de volver loco a Sean
Mercer -John Wayne- por su manía de coleccionar elefantes en Hatari).
Elsa era hija de un jefe sioux (el actor Eduard Franz, que, precisamente, hacía
de doctor Sanderson en Hatari). La película se llamaba Pacto de honor
(The indian fighter, André de Toth, 1955). Un entretenido western.
También ha muerto Dempsey Rae, vaquero sin
rumbo y sin estrella, hábil en el manejo del revólver, amigo del whisky y enemigo
acérrimo del alambre de espino (La pradera sin ley, King Vidor, 1955).
También ha fallecido una de las encarnaciones
de John “Doc” Holliday, dentista y jugador, tísico y bebedor, y compadre de Wyat
Earp (Burt Lancaster) y sus hermanos en el tiroteo del OK Corral, en Tombstone,
en octubre de 1881 (Duelo de titanes, John Sturges, 1957).
Ha fallecido Matt Morgan, el sheriff de Pauly,
cuya mujer -india cherokee- es ultrajada y muerta por Rick Belden, hijo del
ganadero Craig Belden y cacique del lugar, y por Lee Smithers, otro insensato
colega, actos que, naturalmente, pagan caros. En realidad, además de Lee, ambos
Belden, padre e hijo (Anthony Quinn y Earl Holliman), mueren a manos del
sheriff Morgan, que no quería matarlos, sino detener a los culpables del crimen
para entregarlos al juez, pero la cosa se complicó. El último tren de Gun
Hill (John Sturges, 1959).
También han encontrado su último atardecer el
pistolero Brendan O’Malley, que en vez de un revólver colt lleva un pequeño
derringer en la cintura (El último atardecer, Robert Aldrich,
1961), para enfrentarse al pertinaz y vengativo sheriff Stribling (Rock Hudson),
y William Tadlock, el senador que antes de llegar a su destino moría despeñado, asesinado por una mujer enloquecida (Camino de Oregón, Andrew McLaglen, 1967), y el
pistolero Lomax, compadre de Taw Jackson (John Wayne) en su Ataque al carro
blindado (Burt Kennedy, 1967), donde finalmente no se hacían con el oro de Frank
Pierce (Bruce Cabot).
Ha palmado Paris Pitman, el simpático ladrón
con gafas (El día de los tramposos, Joseph Mankiewicz, 1970), que
resulta serlo menos que el director de la cárcel (Henry Fonda). Y también ha
fallecido el vaquero Jack Burns, en el western moderno Los valientes andan
solos (David Miller, 1962).
Y cambiando de género, si lo prefieren, ha
muerto el arponero Ned Land (20.000 leguas de viaje submarino, Richard
Fleischer, 1954), el legendario Ulises (Ulises, Mario Camerini, 1954),
el canalla Whit Sterling (Retorno al pasado, Jacques Tourneur, 1947), el
corredor de coches Gino Borgesa (Hombres temerarios, Henry Hathaway,
1955), el mismísimo Vincent Van Gogh (El loco de pelo rojo, Vincente
Minnelli, 1956), Espartaco, el esclavo rebelde, (Espartaco, Stanley
Kubrick, 1960), el honesto coronel Dax (Senderos de gloria, Stanley
Kubrick, 1957), Einar, el vikingo tuerto (Los vikingos, Richard
Fleischer, 1958) y tantos otros personajes en películas policiacas, bélicas, comedias
o de aventuras, con entretenimiento asegurado.
Kirk Douglas, demócrata, contrario a la “caza
de brujas” de McCarthy, solidario y defensor de los derechos civiles, era de
esos actores que atraían al público a las salas (y a las mujeres a su cama,
pues tenía fama de mujeriego) y aficionaban a chicos y grandes a ir al cine, cuando
era una de las actividades, que, por poco dinero, permitían salir de casa en
tiempos donde había pocas distracciones baratas y cómodas, pues, se podía
viajar, conocer historias -y la propia Historia, reproducida en escayola y
cartón piedra y amañada, claro, con aventuras, amoríos y traiciones-, vivir
otras vidas y descubrir el mundo desde las raídas butacas de los cines de
barrio. Y además comiendo pipas, que eran más baratas que las palomitas de
ahora.
Aunque parecía inmortal, ha muerto, con 103
años, el hijo del trapero -así titula Kirk sus memorias- ascendido a leyenda del
cine desde la pobreza neoyorquina. Era el último de los hombres duros de una
época dorada del cine, pero ahí quedan sus películas y los personajes a los que
dio vida.
En su mayoría eran tipos de una sola pieza, voluntariosos y decididos, valientes hasta la temeridad -modelos varoniles- que él, favorecido por su físico y su actitud -su mirada y el gesto desafiante, casi iracundo-, supo representar muy bien, colocándose junto a Burt Lancaster, Robert Mitchum, John Wayne, Charlton Heston, Robert Ryan, Lee Marvin y tantos otros, en el Olimpo de los fardones. Era de los que han dado fundamento, con su arte y su trabajo, a la idea de Ilya Ehrenburg de que Hollywood es una fábrica de sueños, que con Kirk parecían realidades.
En su mayoría eran tipos de una sola pieza, voluntariosos y decididos, valientes hasta la temeridad -modelos varoniles- que él, favorecido por su físico y su actitud -su mirada y el gesto desafiante, casi iracundo-, supo representar muy bien, colocándose junto a Burt Lancaster, Robert Mitchum, John Wayne, Charlton Heston, Robert Ryan, Lee Marvin y tantos otros, en el Olimpo de los fardones. Era de los que han dado fundamento, con su arte y su trabajo, a la idea de Ilya Ehrenburg de que Hollywood es una fábrica de sueños, que con Kirk parecían realidades.
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