Ciento cuarenta páginas de letra grande que dan rápida fe del ajuste de cuentas
del autor con el diario “La vanguardia” y con su propietaria, la familia del conde de Godó, teniendo
como telón de fondo una crítica al pujolismo, destructor de la sociedad civil
catalana y de la intelectualidad, y fundador del amplio comedero de tantos
paniaguados descubiertos por el soberanismo. Sin olvidar el suicidio de la izquierda comunista,
abducida por la misma oleada reaccionaria.
Todo ello conocido, pero ahora
reconocido y situado con protagonistas y personajes secundarios, aunque con
algunos errores de fecha, por ejemplo el referéndum ilegal -cuyo adjetivo
omite, aunque lo califica de fallido, que es confuso- no fue en 2016, sino en
2014, o la entrada en vigor del Estatut, respecto a la sentencia del Tribunal Constitucional-, y en la adscripción de personajes como Enrique
Barón, que no procedía de la católica AST sino de la también católica USO.
Por
seguir con el mismo autor, he retomado el grueso librote “El cura y los
mandarines”, de lectura más indigesta por la prolijidad documental y, ¿por qué
no decirlo?, por la excesiva mala baba, que a veces rezuma, lo que le hace a
uno desistir del empeño de leerlo. Así que, de vez en cuando, lo tomo y lo dejo
sin remordimiento alguno.
Pero, como había terminado “Memoria personal de Cataluña”, lo he abierto por el capítulo “15.
Cataluña, la preferida”, pg 353 y siguientes, que debería ser de lectura obligatoria
para esos mozalbetes, intitulados CDR, “Tsunami democrático” o cualquier otra
denominación que denote la pertenencia a un cuerpo secreto, formado por lo más
selecto de la vanguardia militante, que dé la impresión de mover los hilos de
la trama desde algún lugar ignoto, como si fuera la película de aventuras que
esos muchachos creen estar viviendo a costa del erario y de las molestias a sus
convecinos.
Para
ilustrar un poco la historia reciente de Cataluña que los nacionalistas se
afanan en ocultar, ahí va un parágrafo sobre un episodio del año 1964.
“Merece una reflexión el hecho
de erigir en Barcelona y en 1964 un monumento a José Antonio Primo de Rivera.
Un monumento monumental, valga la expresión, grande, llamativo, en lo que podía
considerarse el centro de la ciudad nueva, de la burguesía emergente, vecino a
la plaza de Calvo Sotelo –hoy Francesc Maciá- y en la avenida de la Infanta
Carlota -hoy Josep Tarradellas-. Entre emocionado y admirado por el gesto, el
diario “Arriba” dedica un editorial aún antes de la inauguración oficial:
<Barcelona es la primera gran capital española que ha erigido un monumento a
la memoria de José Antonio…> Es verdad que había vivido en la ciudad un par
de años y había hecho aquí el servicio militar, por decirlo de alguna manera al
tratarse del hijo del capitán general de la Región que saldría de Barcelona
para convertirse en Dictador de toda España” (pg. 370).
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