Follow the
river…
Follow the river,
the river knows the way.
Come to me, I pray,
I miss you more
each day.
Sigue al río, el río conoce el camino.
Eso le cuenta y le canta Grant McLaine (James Stewart), acompañándose con un
acordeón, al niño Joey (Brandon de Wilde), mientras viajan, a la intemperie, en el
vagón de carga de un tren, cuya vía sinuosa sigue el curso de un río que discurre por el fondo de un barranco (“La última
bala”).
Nueva York tiene dos ríos pequeños, el
Harlem y el Bronx, y otros dos grandes -el Hudson y el East-, que, para nosotros,
acostumbrados al tamaño y al caudal de los ríos españoles, son dos mares; en
realidad el East River es un brazo del mar.
La vida y la configuración de la ciudad
están marcadas por los ríos y por el modo de salvarlos con los túneles y, sobre
todo, con los puentes, todos distintos y peculiares, que han proporcionado a la
City un perfil propio, unas señas de identidad y unas fotografías imborrables,
y al cine, unas secuencias fáciles de reconocer y difíciles de olvidar. Por eso es importante darse un
paseo por el río en alguno de los muchos barquitos que parten de los muelles
del Hudson, a la altura de las calles cuarenta y tantos, bordean el sur de
Manhattan y suben por el East River.
El recorrido es muy bonito y permite, a
ras de agua, contemplar la ciudad desde una perspectiva distinta, a vista de
pez, opuesta a la ofrecida a vista de pájaro, desde las alturas de los
edificios de Midtown; los viajes suelen figurar en las ofertas de las guías de visitas y espectáculos y en las tarjetas City Pass o New York Pass.
Nueva York te encantará; es una ciudad
muy norteamericana, expresión viva de un país nuevo y vigoroso, del capitalismo
desatado y de las más audaces y dinámicas expresiones de modernidad, pero a la
vez, es muy cosmopolita, racial y culturalmente mestiza. Es una isla de Europa
en la costa americana, dicen los votantes demócratas, para afirmar lo lejos que
se sienten de la América rural y profunda del interior, que suele ser el semillero
de votos de los republicanos.
Nueva York es una ciudad excesiva, tanto
como, por ejemplo, la milenaria Roma. Esta, horizontal, desordenada, chata, ocre y latina,
lo es por todo el pasado que atesora, y la City, racional, productiva, vertical
y anglosajona, porque, como ciudad moderna, ha señalado el camino del futuro a
las demás ciudades, que la han imitado en su pretensión de estirarse hacia el
cielo abierto para demostrar su dinamismo.
Pero no te olvides de que hay que volver a España. So long, dearie.
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