Good morning, Spain, que es different
Rosa,
la anciana de 81 años, que ha muerto en Reus al incendiarse su casa por haber caído
la vela con que se alumbraba, es una muestra del deterioro social que han provocado
los recortes en gasto social, un ejemplo de la “recuperación” selectiva y de la
política que, según Rajoy, ha dado tan buenos resultados, que no hay que tocarla.
La
muerte de Rosa, una víctima de los recortes, del paro (de su yerno) y de las
bajas pensiones, es un caso extremo y directo de precariedad, pero entre los
cinco millones de personas afectadas por la pobreza energética hay otros casos
similares sin que sea tan evidente la relación entre la causa y el efecto. Personas
que mueren de frío, de un catarro mal curado o de neumonía por las mismas circunstancias
que Rosa, pero que no figuran en las estadísticas como víctimas de la pobreza inducida,
o mejor dicho, de la rapiña del oligopolio eléctrico alentada por el Gobierno
de Rajoy, que tanto ha hecho para que se den estas situaciones propias de los
años cuarenta y cincuenta, cuando Franco regía los destinos de la España
imperial pero con hambre.
Al
lado de la muerte de esta anciana hay que colocar los beneficios de miles de
millones de euros de las compañías eléctricas, que aumentan cada año, casi
doblan el beneficio de las compañías eléctricas europeas y apenas se redujeron
en los peores años de la recesión. La luz ha subido el doble que la media en la
UE y España es el cuarto país con la luz más cara.
Las
tres grandes compañías Endesa, Iberdrola y Gas Natural-Fenosa han ganado 56.600
millones de euros desde que comenzó la crisis hasta el año 2105; el peor año
fue 2013, en que sólo ganaron 5.900 millones de euros, pero en 2914 ganaron un
20% más. El año 2016 tampoco pinta mal. Su beneficio asciende a 20 millones
diarios. Endesa es la que más gana (empresa
pública privatizada por Aznar y ahora propiedad semipública de la italiana
ENEL), pues se sitúa entre las cinco más rentables del sector en Europa.
Formar
parte del consejo de administración de una gran compañía, en particular de alguna
de las eléctricas, es la puerta para pasar de la casta política a la casta económica
y se ha convertido en el destino final de muchos políticos, para contemplar cómodamente la vejez.
Lo
contrario que Rosa, y otros cientos de miles de personas, que, a edad avanzada,
casi sin fuerzas y con las limitaciones propias de la edad, se han de enfrentar
a sobrevivir con el mismo ánimo con que sobreviven los refugiados sirios o
iraquíes. Son los refugiados españoles dentro de su propia patria, que dependen
de la caridad pública o privada, de la menguante asistencia social y de los
bancos de alimentos. Ancianos, que junto con mujeres, enfermos y niños que no
hacen tres comidas al día (conseguirlo fue el empeño de Lula para Brasil), indican
que vamos camino del tercer mundo, y que estamos entre los campeones de Europa
en aumento de la desigualdad.
Desde
la dictadura, no se había visto un gobierno con un sentido de clase tan claro:
que gobierna para los ricos y desprecia a los asalariados y a los humildes. Un
gobierno antipopular a pesar de lo engañoso de su nombre, escogido para
confundir a millones de personas que no son ricas, pero son incautas y están mal
informadas.
Junto
con lograr que cinco millones de personas padezcan pobreza energética,
hay que recordar el "mérito" del Gobierno de haber empujado a más de 3
millones de personas desde la clase media hacia abajo, despeñadas a golpe de
decreto hacia la precariedad.
El Gobierno de Rajoy está
construyendo, con prisa pero sin pausa, una España disociada, empobrecida y crecientemente
desigual, que para una buena parte de sus habitantes ha retrocedido a los años
cincuenta, y que, en ciertos aspectos, cuando cinco millones de personas han de
renunciar a la energía eléctrica y recurren a las velas y al brasero para tener
luz y calentarse, en sólo ocho años ha retrocedido dos siglos.
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