Good morning, Spain, que es
different
En
el grisáceo firmamento de la oratoria política española ha hecho su aparición una
nueva estrella, que, con sus peculiares maneras, ha de reanimar en el futuro el
declinante arte de la retórica parlamentaria con nuevas dosis de crispación,
aunque no de conocimiento.
La
luminaria se llama Gabriel Rufián, diputado de Esquerra Republicana de Cataluña,
quien ya había dado muestras de su estilo directo y faltón pero carente de
sustancia política, que recuerda los peores años de crispación en el Congreso cuando
desde la bancada del Partido Popular se insultaba a Felipe González y a Rodríguez
Zapatero.
Rufián
sigue la escuela agresiva y monotemática, si puede llamarse así, del veterano portavoz
de Esquerra, Joan Tardá, antaño comunista internacionalista de Bandera Roja y del
PSUC y hoy nacionalista converso e independentista contumaz, pero, en la sesión
de investidura de Rajoy, el ignaro catecúmeno ha aventajado al maestro en
audacia y aspereza, por lo que tiene bien ganado el cargo de portacoz de su
grupo.
El
gesto desafiante como de un perdonavidas de barrio al subir a la tribuna del
hemiciclo recordó la irrupción de un toro en el ruedo, mirando a todos los lados
y buscando a quien embestir, pues, a consecuencia de un discurso con frases de
doble sentido y aviesa intención, mal hilvanado y plagado de sonoras faltas de
ortografía, Rufián pareció confundir la investidura con la embestida. Actitud que
una amiga ha definido, con femenil acierto, como propia de un aprendiz de macho
alfa.
Aunque
repartió “leña” a todos, los venablos de este diputado se dirigieron sobre todo
contra el PSOE en forma de insultos y metáforas vejatorias en una alusión directa,
leída con poca soltura. Con lo cual, al discurso ramplón y a la prosa
garbancera, tan abundantes en las cámaras españolas, el diputado Rufián añadió
el insulto con “chuleta”, que es el último recurso del mal orador y del político
inepto.
En
una sesión de excepcional importancia en el Congreso, este deslustrado sujeto perdió
dos magníficas ocasiones para hacerse notar por otras razones. En primer lugar,
por su capacidad política, si hubiera hablado de los dudosos méritos del
candidato para ser investido, haciendo un balance de su largo mandato y situándolo
en la actual coyuntura española y europea. Lo cual no era fácil. Y en segundo
lugar, haciendo gala de sabia prudencia al callar sobre asuntos que más le valiera
no haber tocado, pues ponen en evidencia su vasta ignorancia sobre aspectos de
la historia de su propio partido y acontecimientos dramáticos del país que
pretende conducir a la independencia.
Rufián
llamó iscariotes y traidores a los socialistas, que se han visto presionados
por la izquierda y por la derecha para apoyar indirectamente a Rajoy, pero
seguramente ignora, como tantas otras cosas de Cataluña y del mundo en general,
que, Companys se vio igualmente presionado por la izquierda y por la derecha, y,
como Pedro Sánchez, dentro de su partido por Josep Dencás, un aventurero nacionalista
con tendencias fascistoides que acabó de Consejero de Gobernación, por lo cual ostentaba
el mando de 3.200 policías y 3.400 “escamots”, una fuerza armada que le permitía
ejercer una disimulada presión sobre el Gobierno de la Generalitat y una
represión sin disimulos sobre los trabajadores en huelga.
Rufián
también ignora que en octubre de 1934, ERC perpetró dos traiciones, dos, en
pocas horas. La primera, corrió por cuenta del Gobierno de la Generalitat, cuando
en la tarde del día 6 de octubre, Lluís Companys proclamó, con voz vacilante,
el Estado Catalán dentro de la República Federal Española, “para salvar el honor
de la protesta” que había comenzado el día anterior.
“La
Generalidad asiste a un nacimiento como si fuera un funeral. Está de luto.
Cumplida la ceremonia, el Consejo se retira a esperar. Es la noche del sábado.
Aquelarre”, escribe Maurín, en Revolución
y contrarrevolución en España.
De
este modo, el Gobierno de la Generalitat, con Companys al frente, fue desleal al
gobierno de la II República en 1934, como en 1931 lo había sido Maciá con el
gobierno provisional.
La
segunda traición fue dejar en la estacada a los insurrectos después de haber
alentado la insurrección. “En lo más encarnizado de la lucha (entre los obreros
alzados y las tropas del general Batet), Dencás no se movió de su despacho,
negando a Companys la ayuda que le pedía. Cuando todo hubo terminado despidió a
sus escamots, a quienes no había permitido salir de sus cuarteles, y los envió
a sus casas, escapándose él por una alcantarilla y logrando pasar la frontera”,
escribe Gerald Brenan en El laberinto
español. Poco después, Dencás se refugió en la Italia de Mussolini. Aunque España es un país donde las más
extrañas combinaciones de cobardía y fanatismo son posibles, la única
explicación racional sobre la conducta de Dencás es la de que fue un agente
provocador a sueldo de los monárquicos españoles, razona Brenan.
“Nos
han vendido, dice Companys, cuando el general Batet empieza a enviarle
granadas, que caen como las manzanas de Newton sobre la mesa de su despacho
presidencial (…) Pero ¿quién ha vendido a quién? Batet no ha vendido a nadie. Es
militar profesional. Ha habido, sí, una venta. La pequeña burguesía de la
Generalidad ha vendido las libertades de Cataluña, y con ellas al movimiento
obrero” (Maurín, obra citada).
En la obra de ambos autores y
en las Memorias de Manuel Azaña, por ejemplo, puede encontrar el diputado Rufián la ilustración
de que carece, y que le podría servir en el futuro para ser más comedido en sus
juicios y más útil en su labor parlamentaria.
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