El
martes 19 de septiembre de 2023, quede la fecha escrita con letras de oro para
la posteridad, tuvo lugar en el Congreso una sesión que puede calificarse de
histórica, porque fue la primera vez que, en 45 años de régimen democrático, los
oradores utilizaron lenguas distintas del habitual castellano, como la catalana,
la gallega y la vasca, para dirigirse al resto de la cámara, en la que se
aprobó, por mayoría de 179 votos (PP y Vox quedaron fuera), iniciar los
trámites para reformar el Reglamento del Congreso que permita el uso de lenguas
que son cooficiales en sus respectivas comunidades autónomas.
El
hecho de ser una jornada histórica no privó a la sesión de uno de los rasgos
peculiares de las sesiones no históricas, es decir normales, entendiendo como
“normal” el que tuviera su correspondiente ración de esperpento, pues mientras algunos
diputados y diputadas hablaban en su lengua, otros (y otras) se empeñaban en no
escuchar otra lengua que no fuera la suya, renunciando a colocarse el artilugio
que transmite la traducción o saliendo del hemiciclo, en un par de
disciplinados paseíllos, como si estuvieran molestos “por el ruido” que
percibían, que podía ser el de la España que se rompe, según un catastrófico
pronóstico que la derecha repite desde hace años.
Por
sorpresa, el portavoz del PP, Borja Semper, nacido en Irún, comenzó su alocución
utilizando el vascuence, lo cual dejó descolocados a sus compañeros, que habían
rechazado los auriculares de la traducción simultánea en señal de protesta.
No se
sabe si lo hizo para alardear de bilingüismo o como un guiño hacia otros
oradores, pero se salió del guion, lo cual vino muy bien en una sesión un tanto
hierática, pues, a veces, desdecirse y “hacer el canelo” es una muestra de
ingenio.
Unos y
otros ejercían sus respectivos derechos, claro está, pero parecía que había más
“parlamento” que “escuchamento”; que el derecho a hablar primaba sobre el deseo
de hacerse entender y viceversa, el negarse a escuchar equivalía a negar los
derechos de quienes hablaban, por lo cual es de esperar que, pasado el
sarampión de las primeras jornadas, la reforma del Reglamento facilite ambas
funciones y que en la cámara se asuma con normalidad la nueva polifonía.
Para
los partidos nacionalistas, la jornada fue un triunfo sobre el centralismo que brindó
la oportunidad de reivindicar su condición de naciones y aludir a la grandeza
de sus respectivas lenguas, efectuadas desde la perspectiva bilateral que dicta
sus actos, que es la tensión entre el centro y las diversas periferias. Tensión
que en el uso de la lengua es la tensión existente entre el catalán y el castellano,
el vascuence y el castellano y el gallego y el castellano, con olvido de la
paradójica relación de las lenguas cooficiales entre sí, pues el vínculo
lingüístico que une a los nacionalistas en sus divergentes fines frente al
Estado es el castellano, la lengua franca que todos conocen y rechazan; y no hay
otro modo de entenderse: o el castellano o el “pinganillo” en la oreja. O el
inglés, esa lengua franca que utilizamos con bastante torpeza cuando queremos
que nos entiendan en el extranjero.
Desde
esta perspectiva, la jornada fue un triunfo de la diversidad, de la periferia,
que anticipaba el logro de objetivos más ambiciosos en fecha cercana, pues en
algunos portavoces no faltó el anuncio de obtener nuevas concesiones por parte
de Pedro Sánchez, al que, además, se acusó, de forma desabrida, de actuar
impulsado por sus necesidades políticas, como si los partidos nacionalistas no
actuaran movidos por las suyas.
La
prisa con que se inician los trámites para reformar el Reglamento ratifica esa
impresión, que se presenta como necesaria para mejorar la vida democrática. Por
esa razón es de esperar que exista la misma reciprocidad en los parlamentos
autonómicos en atención no sólo a los diputados y diputadas que se expresan en castellano,
sino a la ciudadanía de sus territorios, pues no conviene olvidar que España
también es diversa y plural en las comunidades autónomas.
Es
cierto que las lenguas no agotan su función social como vehículos de la
comunicación porque tienen un valor simbólico, pero es, precisamente, la
dimensión, a veces desmesurada, de ese valor simbólico lo que dificulta, y en
ocasiones impide, la comunicación, que es la función esencial de las lenguas,
que son herramientas a disposición de quienes las usan, que pueden hacerlo con
distintos propósitos. Y en la sesión parlamentaria del día 19 pareció que se
agitaban banderas.
21 de
septiembre, 2023. El obrero
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