Hace 50 años, una insubordinación del ejército regular derrocó violentamente el gobierno legal y democrático de Chile, presidido por el socialista Salvador Allende.
El golpe de Estado del 11 de
septiembre de 1973 culminó la estrategia de oposición puesta en marcha por las
fuerzas reaccionarias, con apoyo privado y gubernamental norteamericano, aún antes
de la llegada de Allende al gobierno de Chile en octubre de 1970.
El “cuartelazo”, dirigido por
un triunvirato -el vicealmirante José Toribio Merino, el comandante Gustavo
Leigh y el general Augusto Pinochet, que lo presidía-, fue muy violento. El
palacio presidencial de La Moneda, en Santiago de Chile, fue atacado con
aviones mientras los defensores sólo disponían de armas ligeras; allí falleció
Allende, junto a otros de sus colaboradores, asesinados por las tropas que
conquistaron el edificio. No hubo compasión para los vencidos, ni la habría
para sus seguidores a lo largo de muchos años.
La represión militar y
policial, ideológicamente justificada por la propaganda anticomunista y la
defensa de la patria, y técnicamente bien organizada por la asistencia de la
CIA, se dirigió de inmediato contra los seguidores de la Unidad Popular -partidos,
sindicatos, asociaciones y movimientos populares-, y contra los lugares desde
donde podían hacer frente a los golpistas -universidades, fábricas y barrios
obreros-, pero, en poco más de una semana, la sistemática y brutal actuación del
ejército sembrando el terror acabó con la resistencia de los trabajadores y de las
clases populares rurales y urbanas, que fueron tratadas como enemigos.
Desde entonces, la disidencia
al autoritario y restaurador programa de los privilegios de las clases altas
chilenas y de los intereses extranjeros, aplicado por la Junta Militar, fue
perseguida de forma implacable y, bajo un toque de queda que duró casi diez
años, la izquierda, diezmada y, en buena parte, confundida, se vio obligada a
realizar su oposición desde la clandestinidad. Hasta el año 1990, en que
Pinochet dejó el poder, Chile padeció una cruel dictadura, cuyos efectos
políticos y económicos aún se perciben en un país profundamente dividido.
El ”golpe” de Pinochet no fue
el primero ni el último en América Latina, donde los violentos cambios de
gobierno han sido frecuentes -la vecina Bolivia ha soportado más de 150
“cuartelazos”-, pero sí tuvo rasgos peculiares, no sólo porque las fuerzas armadas
rompieron una tradición que era de las menos intervencionistas de América,
aunque su neutralidad y el respeto al régimen democrático era más bien
hipotética, sino por la estructura del país y el grado de desarrollo, que era
de los más altos de América Latina, y, sobre todo, por el intento del gobierno
de izquierda de afirmar la soberanía nacional recuperando fuentes de la riqueza
nacional en manos de empresas extranjeras, en particular, inglesas y
norteamericanas, para formar parte del sector económico del Estado, en un
camino nuevo, democrático y pacífico hacia el socialismo, construido con sucesivas
reformas y alejado de la vía armada, que había recibido un respaldo importante
en parte de las fuerzas de la izquierda mundial.
El golpe militar en Chile no
fue un acontecimiento aislado, sino que formó parte de un proceso que había
empezado antes como estrategia de Washington hacia América Latina; confirmó la
tendencia imperialista del poderoso vecino del norte y significó el final de un
proyecto político alternativo a la vía armada; un experimento violentamente
abortado, en definitiva, que aportó también algo nuevo, pero no bueno, que fue
la aplicación manu militari del catecismo económico neoliberal, salido
de un laboratorio universitario de Chicago y aplicado por diligentes pupilos del
profesor Milton Friedman para demostrar a los inversores las ventajas del
mercado sin reglas, que era el envoltorio académico con que se hacía presentable
el capitalismo salvaje, aplicado con todo rigor sobre la aterrorizada población
de un país sometido a un estado de excepción permanente.
El “tancazo” confirmó la
importancia de decisiones estratégicas adoptadas lejos de Chile, en el contexto
de la “guerra fría”, y, a la vez, atizó el debate teórico en las izquierdas
americanas y europeas sobre las vías posibles para llegar al socialismo; un
tema hoy desaparecido de las agendas.
Para entender mejor las
circunstancias que rodearon el ascenso y fracaso del programa de la Unidad
Popular y los efectos del cuartelazo que acabó con él, es preciso retroceder en
el tiempo, porque su historia empieza más atrás, mucho antes del triunfo
electoral de la Unidad Popular, y en otro escenario. Lo veremos en la siguiente
entrega.
9/9/2023. Para El obrero
No hay comentarios:
Publicar un comentario