Dejémoslo
claro: “Esperpento. Género teatral creado por Valle Inclán, en que se deforma
sistemáticamente la realidad, exagerando sus rasgos grotescos y absurdos.” (Diccionario
de uso del español, de María Moliner).
“España
es una representación grotesca de la civilización europea”, dice Max Estrella,
el personaje de Valle Inclán en “Luces de bohemia”. “Los ricos y los pobres, la
barbarie ibérica es unánime”, señala el mismo personaje, cuando da con sus
huesos en el calabozo de una institución tan española como el “Ministerio de la
Desgobernación”.
La
frase de Max, que trasluce abatimiento y rezuma un pesimismo que llega al
tuétano, recuerda otra de Antonio Machado en “Proverbios y cantares”:
“Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de
helarte el corazón”.
Cada
día vienen al mundo menos españolitos (y españolitas) porque España es un país
disuasorio para tener descendencia, pero los que llegan lo tienen aún más
difícil, porque, no una, sino las dos Españas les van a helar el corazón: la de
arriba y la de abajo, la de los ricos y la de los pobres, la de derechas y la
de izquierdas. “La barbarie ibérica es unánime”, sentenciaba Valle en 1924 -de
esa fecha es “Luces de bohemia”- y se podría añadir que la estupidez está bien
repartida por toda la piel de toro, o quizá de vaca, porque falta bravura para
afrontar viejos problemas con valentía. Lo decía un catalán, Salvador Espriu en
“La pell de brau” (“La piel de toro”), cuando advertía que, “a veces, es
necesario que un hombre muera por un pueblo, pero nunca que todo un pueblo
muera por un solo hombre”.
No hay
que llegar a la tragedia ni al drama, bástenos con el esperpento, pues no es
preciso que muera alguien, basta con ignorarle. Pero ahora ni eso es posible,
porque ese hombre se ha vuelto imprescindible.
En
este corral de comedias en que se ha convertido el país, el resultado de las
elecciones generales del 23 de julio ha dejado constancia del diabólico diseño
de nuestro sistema de representación política.
El práctico
empate entre los votos del PP y VOX y los del resto, deja dos grandes bloques
ideológicos, el de la derecha, homogéneo, y otro heterogéneo e incluso
contradictorio, unido sólo por oposición al otro. Son dos bloques formados por
aversión hacia el contrario, que se disputan la formación del gobierno
teóricamente, porque en la práctica, aunque la diferencia en escaños es pequeña,
los números no dan para que gobierne el partido que ha obtenido más votos, que
es el PP, porque cuenta con un socio insuficiente, que además suscita el rechazo
de otros posibles aliados, mientras el segundo partido en votos, el PSOE, puede
contar con más apoyos, condicionados, claro está, para formar gobierno.
Tanto
Sánchez como Feijoo se han mostrado dispuestos a someterse a una sesión de
investidura, de ahí viene el espectáculo vodevilesco de mucho trajín, con idas
y venidas, citas discretas u ostentosas con representantes de otros partidos
para tantear las condiciones del posible apoyo. Asunto en que Feijoo lo tiene
más difícil, porque su repertorio de posibles “amigos” es muy limitado, pero,
hasta hoy, ha tenido la intención de tener un encuentro con Junts, aunque no
con el hombre imprescindible.
Aquí
tenemos una muestra más del esperpento: el de un dirigente político que oscila,
cambia de opinión y trata de hacer ver que se esfuerza por lograr unos apoyos
que le están negados. Seguirán las opiniones y los matices sobre el “encaje de
Cataluña”, pero, al final, Feijoo no será presidente del gobierno por falta de
apoyos, de lo cual él era consciente cuando propuso a Sánchez que le permitiera
gobernar un par de años. Entonces ya se rendía, pero le faltaban un par de
cañonazos de fogueo para salvar el honor y presentarse ante su partido con los
deberes hechos, aunque sin haber confirmado en julio el triunfo de mayo.
Pero
lo más esperpéntico del momento es que el gobierno del país depende de los
votos de los 7 diputados de Junts, residual partido de la Convergencia del 3%,
del clan Pujol, de Prenafeta, de Alavedra, de Millet y Pallerols, que, desde
Bélgica, dirige Puigdemont, huido de la justicia por su destacada participación
en el “procés”.
El
esperpento crece cuando se advierte la escasa representatividad política de
Puigdemont, cuyo partido ha obtenido 392.634 votos, el 11% de los emitidos en
Cataluña. Pongamos que puede estar respaldado por los 7 diputados de ERC, que
representan a 462.883 votantes, más los 98.794 de la CUP, en total 954.311
votos en Cataluña, pero es que el censo general ha sido de casi 25 millones de
electores (24.952.000) y España tiene más de 47 millones de habitantes. Ante
esas cifras, el poder de Puigdemont parece desmesurado, tanto como sus
condiciones, pues insatisfecho con el indulto a los encausados del “procés”, con
la supresión de los delitos de malversación y sedición -que es un disparate-,
con la puesta en marcha de la ley que permita, en breve, utilizar el catalán,
el gallego y el vascuence en el Congreso, exige, ni contrito ni arrepentido, la
aprobación de una amnistía antes de la investidura de Sánchez. Dada la
discreción con que en el PSOE llevan las conversaciones, no se conoce la
respuesta, pero se traslucen la satisfacción y el agradecimiento a Puigdemont por
su predisposición al diálogo.
Sigue
el esperpento cuando Yolanda Díaz, dirigente de Sumar y vicepresidenta del
Gobierno, acude a Bruselas a entrevistarse con el “ausente”, en lo que parece
una clara interferencia. Aunque también puede haber ido en una misión
exploratoria haciendo de “submarino” de Sánchez.
La peregrinación a Waterloo recuerda
la frase de Marx en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, cuando escribe que en
Francia “las circunstancias permitieron a un personaje mediocre y grotesco
representar el papel de héroe”. No somos los únicos, pero no es un alivio.
José M. Roca, 7/9/2023.. El
obrero
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