Esa es la cuestión. Y, por el momento parece que no, que no hay suma, porque en la presentación de Sumar, realizada por Yolanda Díaz en Madrid, el pasado día 2, ningún dirigente de Podemos, socio de Izquierda Unida, asistió a pesar de haber sido invitado al acto junto a una quincena de partidos, que en algunos casos habían estado entre los fundadores de Podemos.
De
inmediato, partidarios y adversarios del nuevo proyecto han recordado la vieja
tendencia de la izquierda española a dividirse, a restar más que a sumar. Que
es cierta, pero, además, hay que contar con la coyuntura, que es el declive
electoral -dos millones de votos menos- y motivacional de Podemos, que ha
perdido atractivo e interés, lo cual ha dado pie a Yolanda Díaz para intentar
detener el desapego a la coalición y seguir siendo un necesario complemento de
gobierno a la izquierda del PSOE. Intento no exento de riesgo, que puede romper
definitivamente lo que está precariamente unido, pero es políticamente útil.
También
hay que tener en cuenta los rasgos peculiares de la formación de Pablo Iglesias,
y los suyos como primera figura, que sigue fiel a su conducta habitual, si se
recuerda su sectaria trayectoria desde la primavera de 2016. Y en este caso, ha
querido poner un precio muy alto a la asistencia de Podemos al acto de
presentación de Sumar, al exigir la celebración de unas elecciones primarias de
cara a las elecciones generales, que tendrán lugar en otoño.
La
insólita petición de obtener con tanta antelación puestos destacados para los
candidatos de Podemos en las futuras listas de la coalición, revela que sus dirigentes
perciben el deterioro y se quieren asegurar lugares destacados antes de que se
conozcan los resultados de las elecciones de mayo, que revelarán a cada partido
el respaldo ciudadano actual, no el histórico.
Por
otro lado, cuando Sumar está dando sus primeros pasos, debe concretar en líneas
estratégicas las buenas intenciones expuestas por Díaz y definir un programa,
dotarse de una dirección o coordinación colegiada que represente los distintos
componentes territoriales y adoptar una mínima organización más o menos
confederal, no parece sensato negociar de modo bilateral con Podemos.
Para
tener un trato ventajoso, sus dirigentes utilizan el pasado glorioso, y breve,
de cuando Podemos era un revulsivo en la escena política nacional y el factor dominante
en la relación con IU. “La coalición es un éxito de Podemos; es patrimonio
nuestro”, ha sentenciado Belarra, que reclama “un rol relevante” para su
partido tras las elecciones generales. Pero ahora eso no está tan claro, pues
está cambiando la correlación de fuerzas interna y, en un soterrado forcejeo, se
negocia una nueva configuración ante la pérdida de vigor de la hegemonía podemita.
Nada nuevo en la izquierda, pues eso es lo que ha movido a Podemos desde que
surgió, ya que la lucha por el poder no se limita a competir por ocupar puestos
en las instituciones, sino allí donde exista actividad política, según la
definición de Weber (quien llega a la política, aspira al poder, con
independencia del propósito de ese poder).
¿Qué
ha pasado? Pues que la realidad, que, de entrada, se conocía poco, es dura y
obliga a cambiar la perspectiva y a reformular las propuestas, que la lucha por
el poder grande o pequeño ha arrumbado la intención de hacer política de otra
manera, que gobernar o cogobernar compromete y desgasta, sobre todo, siendo el socio
menor en el Gobierno, que, además de excesivas muestras de deslealtad, que han sembrado
la confusión entre los votantes de izquierda y alimentado las críticas de la
derecha, ha cometido errores de bulto y se ha negado a rectificar, que los
supuestos doctrinales sobre los que se fundó han chocado con la estructura del
país y que Podemos va quedando excesivamente orientado a señalar nuevas
ortodoxias en el ámbito identitario y cultural, pero muestra una ambigua
posición de clase y carece de visión a escala nacional e internacional,
necesaria para quien aspire a gobernar el país.
No ha
pasado tanto tiempo desde que las masivas protestas sociales contra las medidas
de austeridad para salir de la crisis financiera de 2008-2010, referidas de
modo sintético al polifónico discurso del 15-M-2011, crearon las condiciones
propicias para la fundación de Podemos, pero la coyuntura actual es diferente y
los cambios han puesto a prueba algunos de los supuestos de su fundación, suscitados
por el clima de opinión de aquellos días que facilitó el dictamen sobre la
situación y la propuesta de una ambiciosa alternativa política. Pero, hoy, la
ciudadanía no vota a Podemos por aquellas exageradas expectativas en un momento
de confrontación social, sino por lo que ya ha hecho -bueno y no tan bueno- en
el Gobierno y lo que puede a hacer en el futuro con la fuerza de que dispone.
10/4/2023
para El Obrero.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario