martes, 11 de abril de 2023

¿Podemos Sumar? (I)

Esa es la cuestión. Y, por el momento parece que no, que no hay suma, porque en la presentación de Sumar, realizada por Yolanda Díaz en Madrid, el pasado día 2, ningún dirigente de Podemos, socio de Izquierda Unida, asistió a pesar de haber sido invitado al acto junto a una quincena de partidos, que en algunos casos habían estado entre los fundadores de Podemos. 

De inmediato, partidarios y adversarios del nuevo proyecto han recordado la vieja tendencia de la izquierda española a dividirse, a restar más que a sumar. Que es cierta, pero, además, hay que contar con la coyuntura, que es el declive electoral -dos millones de votos menos- y motivacional de Podemos, que ha perdido atractivo e interés, lo cual ha dado pie a Yolanda Díaz para intentar detener el desapego a la coalición y seguir siendo un necesario complemento de gobierno a la izquierda del PSOE. Intento no exento de riesgo, que puede romper definitivamente lo que está precariamente unido, pero es políticamente útil.

También hay que tener en cuenta los rasgos peculiares de la formación de Pablo Iglesias, y los suyos como primera figura, que sigue fiel a su conducta habitual, si se recuerda su sectaria trayectoria desde la primavera de 2016. Y en este caso, ha querido poner un precio muy alto a la asistencia de Podemos al acto de presentación de Sumar, al exigir la celebración de unas elecciones primarias de cara a las elecciones generales, que tendrán lugar en otoño. 

La insólita petición de obtener con tanta antelación puestos destacados para los candidatos de Podemos en las futuras listas de la coalición, revela que sus dirigentes perciben el deterioro y se quieren asegurar lugares destacados antes de que se conozcan los resultados de las elecciones de mayo, que revelarán a cada partido el respaldo ciudadano actual, no el histórico.

Por otro lado, cuando Sumar está dando sus primeros pasos, debe concretar en líneas estratégicas las buenas intenciones expuestas por Díaz y definir un programa, dotarse de una dirección o coordinación colegiada que represente los distintos componentes territoriales y adoptar una mínima organización más o menos confederal, no parece sensato negociar de modo bilateral con Podemos.

Para tener un trato ventajoso, sus dirigentes utilizan el pasado glorioso, y breve, de cuando Podemos era un revulsivo en la escena política nacional y el factor dominante en la relación con IU. “La coalición es un éxito de Podemos; es patrimonio nuestro”, ha sentenciado Belarra, que reclama “un rol relevante” para su partido tras las elecciones generales. Pero ahora eso no está tan claro, pues está cambiando la correlación de fuerzas interna y, en un soterrado forcejeo, se negocia una nueva configuración ante la pérdida de vigor de la hegemonía podemita. Nada nuevo en la izquierda, pues eso es lo que ha movido a Podemos desde que surgió, ya que la lucha por el poder no se limita a competir por ocupar puestos en las instituciones, sino allí donde exista actividad política, según la definición de Weber (quien llega a la política, aspira al poder, con independencia del propósito de ese poder).

¿Qué ha pasado? Pues que la realidad, que, de entrada, se conocía poco, es dura y obliga a cambiar la perspectiva y a reformular las propuestas, que la lucha por el poder grande o pequeño ha arrumbado la intención de hacer política de otra manera, que gobernar o cogobernar compromete y desgasta, sobre todo, siendo el socio menor en el Gobierno, que, además de excesivas muestras de deslealtad, que han sembrado la confusión entre los votantes de izquierda y alimentado las críticas de la derecha, ha cometido errores de bulto y se ha negado a rectificar, que los supuestos doctrinales sobre los que se fundó han chocado con la estructura del país y que Podemos va quedando excesivamente orientado a señalar nuevas ortodoxias en el ámbito identitario y cultural, pero muestra una ambigua posición de clase y carece de visión a escala nacional e internacional, necesaria para quien aspire a gobernar el país.

No ha pasado tanto tiempo desde que las masivas protestas sociales contra las medidas de austeridad para salir de la crisis financiera de 2008-2010, referidas de modo sintético al polifónico discurso del 15-M-2011, crearon las condiciones propicias para la fundación de Podemos, pero la coyuntura actual es diferente y los cambios han puesto a prueba algunos de los supuestos de su fundación, suscitados por el clima de opinión de aquellos días que facilitó el dictamen sobre la situación y la propuesta de una ambiciosa alternativa política. Pero, hoy, la ciudadanía no vota a Podemos por aquellas exageradas expectativas en un momento de confrontación social, sino por lo que ya ha hecho -bueno y no tan bueno- en el Gobierno y lo que puede a hacer en el futuro con la fuerza de que dispone.

10/4/2023 para El Obrero.es

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