martes, 8 de noviembre de 2022

Gilipollas

Según el Diccionario de uso del español, de María Moliner, “gilipollas” equivale a “tonto”, “estúpido”. Se aplica como insulto a la persona que enfada o molesta con lo que hace o dice. El Diccionario de la Real Academia Española equipara el vocablo con “tonto” o “lelo” y “gilipollez” a lo dicho o hecho por un gilipollas.  

Los franceses tienen una palabra equivalente, “con” o “connard”, los ingleses, varias, "botom", "booty", una de ellas “asshole”, más semejante al término español “tonto del culo”; los italianos usan “cretino” y “coglione”, como equivalentes a imbécil, necio o capullo y al “boludo” o "pelotudo" argentino; los alemanes aportan “arschloch” (agujero del culo), también muy expresivo, aunque menos genital y más intestinal.

Por la cantidad de acepciones que se encuentran en los diccionarios, se puede inferir que existen gilipollas en todos los idiomas y que la especie humana de los gilipollas está muy extendida, porque no faltan, y, lo peor, es que no descansan. Se les encuentra activos en todos los ámbitos de la vida, sin distinción de sexo, género, profesión, ocupación, nación o religión; la especie es mundial y militante.

Se debe reconocer que, al menos en español, el (o la) gilipollas no es que sea malo y quiera hacer daño, al menos en la intención, aunque el resultado de sus actos o dichos no sea el esperado, pero no es cruel o perverso por voluntad propia; no es un canalla, es sólo… gilipollas.  

Este desahogo viene a cuento de la noticia de dos activistas alemanes contra el cambio climático, que, para llamar la atención sobre la importancia del tema, han lanzado puré de patatas sobre un cuadro de Monet en un museo berlinés. El cuadro estaba protegido por un cristal. No es la primera vez que ocurre, porque hace unos días dos chicas inglesas del grupo “Just Stop Oil” habían arrojado sopa de tomate sobre un cuadro de Van Gogh en Londres, para exigir al gobierno el abandono del petróleo y el gas.

El objetivo perseguido, llamar la atención del mundo, que parece insensible ante el cambio climático, no parece coherente con el medio elegido, que es atentar contra las obras de dos pintores de reconocido prestigio. No hay concordancia entre el propósito y el medio utilizado para darlo a conocer y suscitar adhesiones. Esos actos se pueden entender como una protesta medioambiental sin sentido o como la “performance” artística de una neovanguardia que protesta contra la decadencia de la pintura figurativa o la mercantilización del arte, o incluso como una promoción del puré de patatas o de la sopa de tomate, sugerida por una marca que más tarde saldrá a la luz a rentabilizar su estrategia publicitaria. Lo cual lleva a otra incongruencia, que es el desperdicio de comida en un acto testimonial, cuando hay tanta hambre en el mundo.

En este caso, el fin, noble, no justifica los medios, insensatos, por audaces que parezcan y muy periodísticos que sean; la noticia se ha extendido en las redes digitales, que era el fin buscado. Pero siendo más consecuentes, los activistas podían haber tirado la sopa o el puré delante de una fábrica con la chimenea humeante, de una industria contaminante en sus vertidos, ante las oficinas de una empresa petrolífera, de una central nuclear o una compañía hullera. Esas acciones hubieran sido coherentes con el fin al estar dirigidas contra factores directos de la contaminación, y, en consecuencia, del cambio climático. Pero atentar contra la obra de Van Gogh y Monet es señalar a los pintores como si fueran los causantes de la degradación ambiental. A lo peor es que han asociado la pintura al óleo con el petróleo, ignorando que es pintura con aceite vegetal, no mineral. En ese caso, el juez debería sentenciarlos a la “pena de instituto”, hasta que acabaran el bachillerato con matrícula de honor.      

Quizá pensaron que la denuncia climática dirigida “contra el arte” les daría, al mismo tiempo, la oportunidad de disfrutar ellos de unos minutos de fama. No cabe duda de que han conseguido este segundo objetivo, pero han quedado como gilipollas, y de ambos sexos, para que la gilipollez sea verdaderamente equilibrada, no un privilegio machista, y representativa de la extensión de la especie mundial de los necios.

J.M. Roca, El obrero, 28/10/2022

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