Según el Diccionario de uso del español, de María Moliner, “gilipollas” equivale a “tonto”, “estúpido”. Se aplica como insulto a la persona que enfada o molesta con lo que hace o dice. El Diccionario de la Real Academia Española equipara el vocablo con “tonto” o “lelo” y “gilipollez” a lo dicho o hecho por un gilipollas.
Los
franceses tienen una palabra equivalente, “con” o “connard”, los ingleses,
varias, "botom", "booty", una de ellas “asshole”, más semejante al término español “tonto del
culo”; los italianos usan “cretino” y “coglione”, como equivalentes a imbécil,
necio o capullo y al “boludo” o "pelotudo" argentino; los alemanes aportan “arschloch”
(agujero del culo), también muy expresivo, aunque menos genital y más
intestinal.
Por
la cantidad de acepciones que se encuentran en los diccionarios, se puede
inferir que existen gilipollas en todos los idiomas y que la especie humana de
los gilipollas está muy extendida, porque no faltan, y, lo peor, es que no
descansan. Se les encuentra activos en todos los ámbitos de la vida, sin
distinción de sexo, género, profesión, ocupación, nación o religión; la especie
es mundial y militante.
Se
debe reconocer que, al menos en español, el (o la) gilipollas no es que sea
malo y quiera hacer daño, al menos en la intención, aunque el resultado de sus actos
o dichos no sea el esperado, pero no es cruel o perverso por voluntad propia;
no es un canalla, es sólo… gilipollas.
Este
desahogo viene a cuento de la noticia de dos activistas alemanes contra el
cambio climático, que, para llamar la atención sobre la importancia del tema, han
lanzado puré de patatas sobre un cuadro de Monet en un museo berlinés. El
cuadro estaba protegido por un cristal. No es la primera vez que ocurre, porque
hace unos días dos chicas inglesas del grupo “Just Stop Oil” habían arrojado
sopa de tomate sobre un cuadro de Van Gogh en Londres, para exigir al gobierno
el abandono del petróleo y el gas.
El
objetivo perseguido, llamar la atención del mundo, que parece insensible ante
el cambio climático, no parece coherente con el medio elegido, que es atentar
contra las obras de dos pintores de reconocido prestigio. No hay concordancia
entre el propósito y el medio utilizado para darlo a conocer y suscitar
adhesiones. Esos actos se pueden entender como una protesta medioambiental sin
sentido o como la “performance” artística de una neovanguardia que protesta
contra la decadencia de la pintura figurativa o la mercantilización del arte, o
incluso como una promoción del puré de patatas o de la sopa de tomate, sugerida
por una marca que más tarde saldrá a la luz a rentabilizar su estrategia
publicitaria. Lo cual lleva a otra incongruencia, que es el desperdicio de
comida en un acto testimonial, cuando hay tanta hambre en el mundo.
En
este caso, el fin, noble, no justifica los medios, insensatos, por audaces que
parezcan y muy periodísticos que sean; la noticia se ha extendido en las redes
digitales, que era el fin buscado. Pero siendo más consecuentes, los activistas
podían haber tirado la sopa o el puré delante de una fábrica con la chimenea
humeante, de una industria contaminante en sus vertidos, ante las oficinas de una
empresa petrolífera, de una central nuclear o una compañía hullera. Esas
acciones hubieran sido coherentes con el fin al estar dirigidas contra factores
directos de la contaminación, y, en consecuencia, del cambio climático. Pero atentar
contra la obra de Van Gogh y Monet es señalar a los pintores como si fueran los
causantes de la degradación ambiental. A lo peor es que han asociado la pintura
al óleo con el petróleo, ignorando que es pintura con aceite vegetal, no
mineral. En ese caso, el juez debería sentenciarlos a la “pena de instituto”,
hasta que acabaran el bachillerato con matrícula de honor.
Quizá
pensaron que la denuncia climática dirigida “contra el arte” les daría, al
mismo tiempo, la oportunidad de disfrutar ellos de unos minutos de fama. No
cabe duda de que han conseguido este segundo objetivo, pero han quedado como gilipollas,
y de ambos sexos, para que la gilipollez sea verdaderamente equilibrada, no un
privilegio machista, y representativa de la extensión de la especie mundial de
los necios.
J.M.
Roca, El obrero, 28/10/2022
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