viernes, 1 de mayo de 2020

Crónica del asedio. Extraño 1 de Mayo


Extraño Primero de mayo, este, a celebrar bajo las condiciones de la alarma sanitaria, que impide la aglomeración de personas y, por tanto, las marchas y concentraciones de trabajadores que son tradicionales en este día.
Las necesarias medidas de prevención, para evitar el contagio y no perder parte de lo ganado hasta ahora en la lucha contra el “bicho”, imponen una situación de excepción que recuerda los años de la dictadura, distantes ya, y para los más jóvenes, en la prehistoria de la España postmoderna, cuando mandaba otro “bicho”, también letal, y estaba prohibida cualquier expresión colectiva que recordara siquiera de forma lejana la contraposición de aspiraciones e intereses entre el capital y el trabajo.
Unidos, ambos, coactivamente por el Régimen en el retórico proyecto común de España -“una unidad de destino en lo universal”-, formulación de raíz orteguiana asumida por la Falange, y en el ámbito laboral, por el encuadramiento obligatorio de patronos y productores (la palabra obreros no se usaba por connotación marxista) en la Organización Sindical, un sindicato interclasista de estructura vertical, como todo en un Régimen jerárquico, donde los trabajadores ocupaban el lugar subalterno que les correspondía por su función en el aparato productivo, en un sistema político y económico que era clasista hasta lo más profundo de la médula de su fundadores.
En caso de que, ante un problema laboral, la retórica confluencia de intereses entre empresarios y trabajadores no concluyera en un acuerdo forzado por la estructura del sindicato único, en un sistema donde todo era único (el caudillo único, el partido único, la religión única, la Iglesia única y, claro, el sindicato único), allí estaba el apoyo del Ministerio de Gobernación para resolver, con la fuerza, por lo general desmedida, el problema a favor de los intereses patronales.
Así era de descarnado y evidente el carácter clasista del Régimen, pero había gente que decía que no lo veía. Una situación parecida, de España o de Portugal, debió de inspirar a Saramago su libro “Ensayo sobre la ceguera”, referido a los ciegos que no quieren ver, como metáfora del egoísmo de las personas que viven pendientes de sí mismas, desinteresadas de lo que sucede a su alrededor si no redunda en su beneficio.  
Por fortuna la dictadura pasó -no hay mal que cien años dure, aunque cuarenta son muchos- y los trabajadores recuperaron derechos y los sindicatos su función en unos años, en que las reclamaciones laborales acompañaron las demandas de cambio político.
Hoy, la coyuntura no es buena para quienes dependen de un empleo. El neoliberalismo, en una ofensiva larga y tenaz, ha impregnado toda la sociedad con los axiomas de su catecismo y ha instaurado un capitalismo especulativo, parasitario, esquilmador de los bienes públicos y depredador de la naturaleza, que, por medio de tremendas crisis, transfiere renta desde las clases bajas hacia las clases altas, concentra el capital en menos manos y multiplica la pobreza.
Un capitalismo exultante, que ha desterrado al olvido la lucha de clases entre los trabajadores y las clases subalternas, pero no ha desaparecido para las clases  y estratos sociales dominantes, como percibe ese multimillonario americano, de cuyo nombre no quiero acordarme, que dice que existe la lucha de clases y que la suya va ganando. Y para prueba ahí está su crecido botín. ¿Botín? ¿Dónde he oído esa palabra en la lucha de clases, además de en las novelas de piratas y aventureros?
Las tensiones entre el capital y el trabajo no se han mitigado a causa de un armónico armisticio, establecido entre los representantes de ambos, sino por el  desequilibrio entre los contendientes, entre las poderosas fuerzas del capital, reacias a cualquier concesión hacia las clases laboriosas, y los agentes de estas, los desorientados partidos y sindicatos de trabajadores. La lucha de clases no ha desaparecido, y si no muestra más crudeza es por el desfallecimiento de una de las partes, no por alguna avenencia; es, simplemente, una expresión de la diferencia de poder.
La contrarreforma laboral de 2012, es una muestra de ese poder, que unida al cambio tecnológico, ha situado el empleo, por precario o insultantes que sean el sueldo o las condiciones del contrato, como un premio a los trabajadores que las organizaciones patronales administran a su albedrío.
Con el mercado laboral convertido en una ruleta, cada cual espera tener la suerte de que la bolita caiga en su número y le toque un buen empleo. Y cuando, en las condiciones actuales, personas que trabajan recurren a las pastillas, al sicólogo, a la religión o a los libros de autoayuda, en vez de acudir a un sindicato para resolver los problemas en su centro de trabajo, es que algo va muy mal en el campo laboral y aún peor en el campo sindical, porque no se percibe o se ha abandonado la perspectiva general, el marco, no sólo económico, sino político, de las relaciones laborales, y no se contemplan las soluciones colectivas, que son las que aportan soluciones duraderas porque cambian la correlación de fuerzas, es decir, modifican las relaciones de poder entre las clases sociales que representan al capital y al trabajo.
Hoy, día Primero de Mayo, no habrá manifestaciones en la calle. Es necesario que así sea. Y en vez de congregarse y marchar -“en pie, marchar que vamos a triunfar”, como cantaba el grupo Quilapayún, en un himno mil veces coreado-, las y los “currelantes” -así los llamaba Carlos Cano en su célebre murga-, desde sus casas, se conectarán por internet a un foro para asistir a los actos de rigor organizados por los sindicatos.
Vivir para ver. Y, este virus, ¿no será de derechas?


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