La
indefinida figura del relator, no precisamente un mediador, sino un tipo de secretario
o similar que organiza las reuniones y da cuenta de los asuntos tratados, una
especie de notario propuesto por Torra y aceptado Sánchez, para que asista a la
mesa de partidos políticos catalanes con el fin de encontrar una salida
negociada a la crisis política en Cataluña, es coherente con el relato de los
independentistas. No sólo de estos de hoy, catalanes, sino también de los
otros, de los vascos.
Una
de las permanentes propuestas de los abertzales cuando se trataba de negociar
sobre el mal llamado conflicto vasco (el terrorismo, en definitiva),
aprovechando las treguas de ETA, era la de montar una mesa de partidos
políticos paralela a la cámara vasca y al Congreso y solicitar la presencia de
un mediador internacional. Ahora en Cataluña sucede lo mismo. Rechazada la
mediación internacional, que fue la primera intención del Govern, el Gobierno
socialista ha aceptado la presencia de un relator, cuyas funciones están por
definir, así como la persona sobre la que caerá tal responsabilidad.
De
entrada, no se percibe qué ventaja pueda ofrecer una mesa de partidos que será
menos representativa que la cámara catalana. A pesar de la obligada inoperancia
impuesta por el Govern, el Parlament es, a día de hoy, la única representación
legítima de la voluntad de todos los electores catalanes. Por el contrario, la
mesa de partidos, de llevarse finalmente a cabo el experimento, no contará,
presumiblemente, con la participación del PP y de Ciudadanos, que es el partido
más votado en Cataluña. Será, por tanto, una mesa coja y poco representativa en
sus conclusiones, por muy neutral y diligente que sea el relator o relatora.
Por
otra parte, no se entiende la ventaja de buscar una nueva figura, inventada, cuando el Parlament dispone de los recursos
necesarios (la Mesa, secretarios, funcionarios y un cuerpo de letrados) para
realizar las funciones que se van a encomendar al relator.
Tampoco
se entiende, que la decisión de formar una mesa de partidos paralela al
Parlament, haya surgido de un acuerdo entre el Gobierno de España y el Gobierno
de una comunidad autónoma, cuando debería ser algo que saliera de un acuerdo de
los partidos políticos encartados. No se entiende bien, o se entiende demasiado
bien, esa deliberada confusión entre los partidos y las instituciones del
Estado, entre los órganos ejecutivos y el cuerpo legislativo, a no ser que la
secreta intención de los nacionalistas (no advertida por el Gobierno) sea que
los gobiernos hagan suyos los acuerdos salidos de esa mesa informal, pasando
por encima de lo que pueda opinar la cámara autonómica. En ese caso, lo que se
apunta es una maniobra de la misma índole que la perpetrada por los
independentistas en el Parlament los días 6 y 7 de septiembre de 2017.
Decía
más arriba que la figura del relator es coherente con el relato de los secesionistas, que en síntesis es el siguiente: El Parlament declaró, el 23
de enero de 2013 que el pueblo catalán es un pueblo soberano. “La soberanía
implica que por encima de la voluntad democrática de los ciudadanos no hay
nada”, afirmó Junqueras. Joan Herrera (ICV) fue más lejos: “No estamos delante
de un problema jurídico, sino de voluntad política. España debe decidir si está
del lado de la democracia o de la Constitución”.
Así
quedaba marcado el terreno de juego. De un lado, la Cataluña expoliada y
democrática; de otro, la España opresora y dictatorial. La Constitución, como
resultado de una transición mal hecha, conserva el aliento del franquismo en su
interior, por tanto las instituciones políticas están contaminadas, de ahí que
no pueda haber una salida democrática al “problema catalán” dentro de las
instituciones “españolas”, por lo cual el Estatut y la Constitución tuvieron
que ser abolidos los días 6 y 7 de septiembre en favor de una nueva legalidad,
plenamente democrática, que era necesaria para fundar la república catalana mediante
una declaración unilateral de independencia (léase “desconexión”).
La versión unilateral fracasó porque
los secesionistas no contaban con la reacción del Gobierno español ni con la
indiferencia de los gobiernos extranjeros, pero el propósito sigue en pie con
el plan de repuesto, que es tratar de acercarse a lo mismo a través de una
negociación -referéndum pactado- aprovechando la situación de debilidad del Gobierno,
cuya continuidad depende de la aprobación de los Presupuestos, y tratar de
paliar la sensación de derrota de sus seguidores mediante un balance positivo del
“procés”, señalando los avances sobre la situación anterior y reduciendo los
costes de la aventura, en particular para los dirigentes que van a ser juzgados
la semana entrante como responsables del intento, para los que solicitan simplemente
la impunidad, obtenida mediante una insólita intervención del Gobierno en la
administración de la justicia.
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