domingo, 10 de febrero de 2019

Banderas que todo lo tapan


El domingo, toca patria; todos unidos, en la capital de España, bajo la bandera nacional; el resto de la semana se imponen la bronca, el insulto y la deslealtad.  Así entiende el Partido Popular (y los partidos que le siguen) la actividad política cuando sus miembros deben dejar la bancada azul, que creen de su exclusiva propiedad.
Con esta manifestación, la primera por ahora, el Partido Popular recupera la actividad callejera, que, con diversos motivos y el apoyo de la Curia, ensayó contra Zapatero en trece ocasiones, con marchas y concentraciones.
Nada nuevo, porque ha sido la forma (mala forma) de estar en la oposición desde que Aznar, subido en el carro de la “revolución conservadora”, dio por concluida la hegemonía socialdemócrata y acomodó el partido a los nuevos tiempos, con una enérgica mezcla de neoliberalismo económico, servilismo imperial (Azores), neoconservadurismo clerical y persistentes resabios de la dictadura, a los que la derecha (y la Curia) aún no han renunciado.
Lo que está haciendo Casado es la reedición de la “oposición patriótica”, que el PP, indignado por el adverso resultado electoral de 2004, montó a Zapatero, el Jefe del Gobierno más insultado de la historia reciente, al que los voceros más cualificados del momento, acusaron, entre otras cosas, de gobernante ilegítimo.
Sánchez ha sido calificado de usurpador, además de traidor y felón, y de “okupa”, por haber llegado a la jefatura del Gobierno mediante el procedimiento legal de una moción de censura contra el Gobierno de Rajoy. Reemplazo que casi fue una medida obligada por la decencia, en lógica respuesta una sentencia de la Audiencia Nacional contra el Partido Popular, acusado de un largo repertorio de delitos, por los cuales condenaba a 29 personas a cumplir 351 años de cárcel.
A Pablo Casado, a la sazón vicesecretario de Comunicación del PP, le parece mal aquel higiénico desalojo, porque cree, con nula sensatez y poco fundamento para el cargo que ocupaba, que un gobierno corrompido representa mejor los intereses de España de cara al exterior (¡menuda “Marca España”!) y que facilita las cosas dentro de la madre patria, como en el caso de Cataluña, porque ignora que una de las causas de la pasividad del Gobierno de Rajoy, tanto ante la Unión Europea como ante las desmedidas pretensiones de la Generalitat, era su actitud acomplejada por los numerosos casos de corrupción que el partido acumula.
Sánchez tenía por delante una etapa difícil, dado el interesado y frágil apoyo proporcionado por los partidos que le llevaron al Gobierno, además de la crispada oposición del PP y C’s, y por los grandes retos a los que se enfrentaba, que eran aprobar unos presupuestos con más contenido social para tratar de revertir las medidas de austeridad y facilitar la relación con la Generalitat para reducir la tensión con el Gobierno. La intransigencia de los independentistas, que tienen en su mano la aprobación de las cuentas del Estado, no ha permitido ni lo uno ni lo otro. Hasta hoy. 
El Gobierno ha cometido errores, claro; ha hecho declaraciones que después se ha visto obligado a matizar o a desmentir; ha anunciado decisiones que luego ha corregido, pero no se le puede negar que ha tenido interés, aunque ha pecado de candidez, en ofrecer una salida dialogada al callejón en que se han metido los independentistas, pero eso no explica la posición de Casado, cuya agria actitud responde a causas también domésticas (la sombre creciente de Vox), que le ha llevado a recurrir al consabido soniquete de que la izquierda quiere romper el país.
¿Recuerdan la balcanización de España augurada por Aznar cuando Zapatero negociaba con ETA, después de que lo hubiera hecho él con nulo resultado? ¿Recuerdan aquella acusación de que Zapatero negociaba secretamente la “entrega de Navarra” a ETA? Era una mentira, una deslealtad y un disparate, pero Casado ha vuelto a recurrir al mismo bulo ahora acusando a Sánchez de entregar Cataluña a los independentistas, sabiendo que eso no está en la intención del Gobierno y de que no es legalmente posible. 
Tampoco la elección de un posible “relator” en la negociación con la Generalitat ha sido el motivo para convocar la manifestación, ni explica la crispación de Casado, colocado ya en la estela de Abascal sin ningún disimulo   
La gesticulación de Casado pretende tapar los años de desidia del PP ante el emponzoñamiento progresivo del problema en Cataluña, disimular lo que no hizo el Gobierno de Rajoy, ni tampoco él, como parte del “staff” o a título particular, como simple diputado.
¿Qué hizo Casado el 14 de noviembre de 2009, cuando hubo una consulta soberanista en 166 municipios de Cataluña? Nada, que se sepa. ¿Y qué hizo el 27 de septiembre de 2012, cuando el Parlament aprobó realizar un referéndum de autodeterminación durante la Xª legislatura autonómica? ¿Y qué hizo el 19 de diciembre de ese año, cuando CiU y ERC firmaron un pacto de legislatura que incluía una consulta en 2014 sobre el futuro político de Cataluña? ¿Y que hizo o dijo el 23 de enero de 2013, jornada en la que el Parlament aprobó una declaración que proclamaba al pueblo catalán sujeto político y jurídico soberano? ¿Y qué hizo el día 12 de febrero de ese año cuando la Generalitat fundó el Consejo Asesor para la Transición Nacional? ¿Estaba enterado de que el 19 de septiembre de 2014, el Parlament aprobó la Ley de Consultas propuesta por CiU y ERC?
Es de suponer que Casado haría algo más que resignarse cuando Artur Mas, para burlar la suspensión del referéndum del día 9 de noviembre decidida por el Tribunal Constitucional, convirtió la convocatoria en un “acto participativo” ¿Y qué hizo el día 1 de marzo de 2016, cuando la Mesa del Parlament formó tres ponencias para tramitar en secreto las leyes de ruptura? Como vicesecretario de Comunicación, debería haber viajado a Barcelona para afearles su conducta, por lo menos.
Los sucesos más recientes ocurridos en Cataluña hasta llegar a la aplicación del artículo 155 de la Constitución son más conocidos, pero, ante la intervención inmediata y enérgica que Casado exige a Sánchez, hay que recalcar los años de pasividad de Rajoy en la marcha de los acontecimientos impuesta por la osadía de los independentistas. Y eso no se tapa con falso patriotismo ni envolviéndose en la bandera del Estado, que, hasta nueva orden, no se agota en la calle de Génova ni representa en exclusiva al Partido Popular. Otro día hablaremos de sus acompañantes.

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