viernes, 18 de febrero de 2022

La "ignoranta" imparte clases de historia

 Hace unos días, la presidenta (en funciones) de la Comunidad de Madrid, aprovechando la oportunidad que le brinda la campaña electoral en Castilla-León decidió instruir a los posibles electores con un poco de cultura.

Huyó del pecado de la carne y del azúcar y utilizó el camino abierto por Casado al hablar de los Reyes Católicos (mención inoportuna, pues se ignora si estaban a favor o en contra de las macrogranjas), para defender la monarquía frente a la república, porque ha ido muy bien -dijo- con la monarquía y las dos repúblicas que hemos tenido han acabado muy mal.

No sabemos por qué sacó a colación este tema en unas elecciones autonómicas, salvo para criticar al Gobierno y a sus socios, pero lo hizo. Y cada vez que Ayuso habla de la monarquía tiemblan en la Zarzuela, porque el tema es delicado.

Ayuso, claro está, no explicó quienes acabaron con ambas repúblicas, ni que fueron un remedio a dos defecciones de los monárquicos, ni falta que hacía, pues afirmó en su día que “Madrid, España y la monarquía son inseparables” como si fuera un hecho incontrovertible, con lo cual la ignorancia se tapa con un latiguillo y santas pascuas. Pero las cosas no son así; sucedieron de otro modo.

La Casa de Borbón llegó a España con un conflicto europeo, pues eso realmente fue la Guerra de Sucesión, aunque mal entendido por algunos catalanes.  

No es que los Austrias fueran mejores, pero agotada la dinastía, se asentaron los Borbones y, de todo hubo, desde reyes activos e ilustrados hasta necios y fementidos, atados por los pactos de familia a sus primos franceses e incapaces de ver lo que se dirimía en Europa a fines del siglo XVIII y principios del XIX.

Un gran agravio para un pueblo invadido por una potencia extranjera es que sus reyes emigren al país agresor, se pongan al amparo del soberano invasor y le cedan la corona, que este traspasa a su hermano. Divino gesto del corso.

Pero mayor agravio es que, acabada la guerra y expulsado el invasor, cuando el “rey deseado” (eso decían) regrese, en 1814, de su dorado exilio francés se apresure a abolir la legislación efectuada al amparo de la primera Constitución del país, y además entierre a la propia “Pepa” y encierre a quienes han defendido su trono. El intento de restaurar la Constitución sin abolir la monarquía en 1820, se salda, en 1823, con la entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis para devolver al “deseado” el ansiado poder con pocas trabas, que no evita que se pierda la mayor parte del imperio americano (menos mal que aún no había nacido Pedro Sánchez, aunque sí Simón Bolívar).

Una década -ominosa- después, muere el infame y deja como heredera a una niña, y un hermano ambicioso, y aún más retrógrado, que quiere gobernar de modo absolutista y clerical. Y ahí tenemos el problema carlista, que provoca tres guerras civiles, y está anidado en los nacionalismos periféricos.

Sobre el reinado de Isabel II, casada con un…. bueno, un inútil, para lo que se esperaba de él, que era un heredero, Isabel Ayuso debería conocer algo de aquella corte y de aquella España, para explicarse la revolución del 68, el exilio de la reina, el breve reinado de Amadeo y la llegada, como remedio, de la I República, a la que se le pidieron demasiadas cosas en muy poco tiempo. Algunos de sus impacientes partidarios no ayudaron, ya lo dijo Engels, que no era de derechas precisamente, pero la verdad es que no tuvo ni siquiera tiempo de aprobar un proyecto de constitución federal, pues el federalismo exacerbado en la rebelión cantonal -¡Viva Cartagena!- la hirió de muerte. Esta vez no fueron tropas francesas las que pusieron “orden”, fue el general Pavía quien acabó con el primer ensayo republicano.

El pronunciamiento del general Martínez Campos -inmortalizado a caballo en el parque del Retiro frente a Florida Park-, en diciembre de 1875, en favor de restaurar la monarquía, trajo desde Inglaterra al joven Alfonso XII.

Con la llamada Restauración, que fue en realidad la segunda, se abría el largo período conservador, ideado por Cánovas, en que se perdieron los restos del imperio en América y Filipinas -el “98”-. Conviene recordar este asunto, porque a los muy patriotas se les suele olvidar quien gobernaba entonces.  

Le sucedió Alfonso XIII, el rey pornógrafo, en una etapa de gran inestabilidad social -lucha de clases, dicho a la brava- y de conflicto en África -guerra colonial mal dirigida, dicho también a la brava-. Un golpe militar, en 1923, sostuvo la monarquía, a la que sus partidarios abandonaron en 1931, y llegó la II República como efecto indirecto de unas elecciones municipales. La Casa Real abandonó el país y se abrió una etapa tensiones y precario equilibrio de fuerzas.

Cierto es que la República tuvo apoyos muy divididos y pocos incondicionales, y que, igual que a la primera, las clases subalternas le exigieron mucho en poco tiempo; que la crisis económica de 1929 llegó a España con cierto retraso, pero golpeó con fuerza a las clases económicamente más débiles y mermó la capacidad financiera del Gobierno para atenderlas. Y también es cierto que, mientras tanto, en Europa iban surgiendo gobiernos autoritarios, dictatoriales o directamente fascistas, y que, en España, un sector de la derecha vio en ellos una solución favorable a sus intereses.

En realidad, las derechas, tras el desconcierto provocado por la caída de la monarquía se dedicaron a reorganizar sus filas y a conspirar contra la República. Y cuando creyeron tener la fuerza suficiente, intentaron acabar con ella con un golpe militar. No lo lograron en 1932, con Sanjurjo, tampoco en 1936, que dio paso a la guerra civil, pero sí, con la victoria de Franco en 1939. Y ese es el origen de la III Restauración borbónica.

Franco no emitió un pronunciamiento militar al estilo del siglo XIX, pero lo que hizo fue algo así y además aplazado, pues propuso, para cuando él faltase, restaurar la monarquía en la figura del príncipe Juan Carlos, saltando el orden sucesorio, ya que el heredero era don Juan. O sea, que Franco no restauró el poder de la vieja dinastía borbónica, según los usos de la monarquía, sino una nueva versión, a partir del hecho excepcional de un golpe de Estado. El que medien 36 años entre un hecho y otro, no priva a la monarquía de ese origen espurio.   

Resumiendo: 1) Las dos Repúblicas, breves en comparación con largos períodos monárquicos que no estuvieron exentos de problemas, acabaron sus días, en parte por falta del apoyo de sus partidarios y fácticamente por intervención militar. 2) Que la monarquía borbónica ha sido restaurada varias veces teniendo detrás el apoyo militar, unas veces pacífico y otras violento. 3) Que la monarquía carece de la expresa legitimación popular, por mucha que sea la simpatía que despierte la Casa Real. Y este es un problema que se debieran plantear, sobre todo, los monárquicos, como defensores de la institución que consideran legítima y compatible con un régimen democrático.

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