Dejo para otro día comentar la sesión parlamentaria del día 3, destinada a aprobar o no la nueva reforma laboral, porque el espectáculo, digno de aparecer en la pista central del famoso circo Barnum, donde actuaba el audaz trapecista y simpar mujeriego conocido como el Gran Sebastián, en una película de don Cecil B. De Mille, merece ser tratado con mejor humor y más detenimiento. Y vamos con los suspiros en aquella jornada de verdadero “suspense”, que diría el maestro Hitchcock.
Suspiró con alivio el Gobierno, tras el susto de la primera
lectura de los datos, corregida por la inclusión del telemático voto positivo
de un diputado del PP -un voto en conciencia, pues según Freud, el
subconsciente no se engaña-, que corrigió en parte la defección de los
diputados discrepantes de UPN, que dijeron votar en conciencia. Por un solo
voto de diferencia -175 síes, 174 noes-la nueva reforma laboral quedó aprobada;
un voto raspado, que se presta a varias lecturas y a una constatación
preocupante, pero útil para el propósito perseguido. Suspiraron los diputados
del PSOE, UP -con un diputado menos (el “rastas”)-, Ciudadanos, PDeCat, Más
País, Compromís, PRC, Coalición Canaria, Nueva Canarias y Teruel Existe, que
aprobaron la Ley.
También suspiraron los desleales socios del Gobierno -ERC,
PNV, Bildu y BNG-, que reaccionaron como siempre, anteponiendo la identidad
nacionalista a un problema social, y general, como es una reforma laboral que
afecta a los trabajadores de toda España. De no haber sido aprobada la reforma,
a ver con qué cara se presentaban “los negacionistas” en sus respectivas
naciones, para explicar a sus votantes que, por el bien de la patria (chica),
habían rechazado una reforma laboral que mejoraba su situación, y que, por
tanto, seguían bajo las condiciones dictadas por el “gobierno del 155”.
Un suspiro de alegría recorrió los escaños de quienes
votaron que no a la reforma, que fueron los habituales -PP, Vox, UPN
desmintiendo a su partido, y Foro Asturias- más el Mixto, Junts y los radicales
señoritos de la CUP. Alegría que se tornó clamor de protesta cuando se conoció
el disputado voto del señor Casero.
Y, desde luego, quienes más y más hondo suspiraron fueron
los asalariados del país, trabajadores y trabajadoras de cualquier región que,
con esta reforma, que no es la mejor posible, verán mejoradas sus condiciones
laborales e incluso las de sus vidas.
Otro día hablaremos de la vida política, de lo que sucede
en el Congreso de manera habitual, de las dificultades entre los diputados no
ya para entenderse, sino para escuchar y tratar de debatir con sensatez, en
comparación con lo que trae detrás esta ley, que son largas jornadas de debate de
miembros del Gobierno con delegados de la patronal y de los sindicatos, que, en
definitiva, representan los dos pilares fundamentales de la economía, que son
el capital y el trabajo. Y ellos sí paree que pueden discutir e incluso llegar
a un acuerdo.
Dado el clima imperante en la cámara, de haberse intentado
elaborar la ley en el Congreso, es dudoso que hubiera acabado el trámite.
Hubiera quedado, como tantas otras reformas necesarias, arrumbada por la
bronca.
Lo que hace falta es que la ley se aplique bien, con
largueza, y pronto.
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