viernes, 18 de febrero de 2022

Casado quiere ser presidente

Al concluir la campaña electoral en Castilla-León, las encuestas matizan el inicial apoyo al Partido Popular. No indican que vaya a perder las elecciones, pero es posible que no gane por goleada, que es lo que pretendía. Por lo menos, lo que Casado pretendía, porque lo necesita.

Casado quiere ser presidente; es un botarate, pero quiere ser presidente. Es joven, sueña y tiene aspiraciones, pero no tiene madera; no da la talla como dirigente, imita a los jefes, pero lo hace mal; no percibe el momento político, porque es dogmático y va a piñón fijo -no, no, no; bronca, bronca, bronca-, tiene desconcertado a un sector del PP con tantos noes, escoge mal a sus aliados y maltrata al que más necesita; se acerca a Vox y luego huye, pero le imita, y anda de acá para allá como pollo sin cabeza. Y más importante todavía, carece de programa. Él cree que gritar a Sánchez y acusarle de tener amistadas poco fiables y hacer cosas que el PP ha hecho en otros momentos, le exime de tener programa. Y no es así; el programa es necesario, aunque sea tan falso como el de Rajoy, que llevado a la práctica resultó ser lo contrario de lo que había dicho antes. Ya se lo advirtió Aznar bien clarito -Llegar a la Moncloa, ¿para qué?-, pero Casado no se dio por aludido.

Y es que quiere ser presidente; cree que ya le toca, porque lleva mucho tiempo de meritorio.

Nota el aliento de Ayuso en la nuca y ve el crecimiento de Vox y eso aumenta la tensión y la prisa por llegar a la meta, pero para alcanzarla necesita los triunfos que no obtiene enfrentándose a Sánchez, que es un tipo frío y correoso, que, a pesar de la precariedad de su gobierno y la calculada deslealtad de sus socios, está logrando aprobar presupuestos y sacar adelante reformas que parecían imposibles y afrontando, al mismo tiempo, la pandemia del covid, para la cual, Casado ha carecido de estrategia en positivo, salvo tres propuestas aisladas, que, en el tiempo, han sido bajar los impuestos, declarar una jornada de luto nacional y proponer una ley de pandemias. Esta, más acertada, ya al final, esperando que, con una ley nacional, Sánchez logre hacer de Ayuso, lo que él no ha conseguido hasta ahora, pues la teme, pero la necesita.

Casado necesita triunfos, y Ayuso los tiene; tiene un triunfo electoral reciente y tiene caché en el PP y más a la derecha.

En esta situación, Casado prepara su estrategia imitando la de Madrid; se trata de adelantar las elecciones autonómicas y sorprender al adversario, y de paso al socio para librarse de él, y ganarlas, primero, en Castilla-León; luego convocar en Andalucía, y ganarlas, con eso y la victoria en Madrid, ganar las autonómicas de 2023 y, así, de triunfo en triunfo, llegar a la Moncloa. Es como un niño, que sigue los pasos del cuento de la lechera sin haber leído el final. 

¿Y qué hacer en la campaña electoral castellana? ¡Vaya pregunta! Pues lo que salga; lo mismo que ahora: criticar a Sánchez, orillar los problemas regionales y plantar cara al gobierno central, ya que no se trata de responder de lo hecho y atender necesidades de Castilla y León, donde el PP lleva décadas gobernando, sino salvar a España de un gobierno bolivariano y sacarla de la etapa más oscura de su historia. Los temas de debate, o sea, de bronca, los proporcionarán la torpeza y la maldad del propio Gobierno, o sus socios, o ETA y sus presos, o los indultos del “procés” o Maduro, pues todo vale contra Sánchez, que es la pieza a abatir desde cualquier rincón de España donde gobierne el PP, convertido en un fortín contra la Moncloa. Y así se ha hecho.

La campaña empezó con la encendida defensa de la calidad de la carne, de las granjas y macrogranjas, con una mentira sobre lo que no dijo el ministro de Consumo, que sirvió para no hablar de lo que había hecho Mañueco sobre el tema y acusar al Gobierno de cosas que ni había dicho ni tenía intención de hacer. Pero una vez tomado ese camino tan propicio a la confusión y a la demagogia, la campaña adoptó un aire bucólico y rural y devino en peregrinación de altos cargos del PP llegados como refuerzo -O viene Ayuso o perdemos- por granjas y criaderos, secaderos de jamones, prados, cebaderos y rediles, con escenarios propicios para posar en fotografías con animales domésticos -¡Mi reino por una vaca!-, con el riesgo de convertir el PP en un partido pastoril -¡A ver, niño, acércame esa oveja!-.

Como resultado de estos recorridos, los votantes se han enterado de que en Castilla surgió la Hispanidad, que es el acontecimiento humano más importante desde la romanización, de que Ciudadanos es el culpable del adelanto electoral, de que les amenaza algo peor que un gobierno Frankenstein, de que Zapatero no quiere viajar a Venezuela, por eso Casado se lo pide con vehemencia; de que ni la carne es mala, ni el azúcar es veneno, ni el vino es droga. Y de que se ha atacado la remolacha, y ahí Casado se pudo meter en un lío al mentar la remolacha en la tierra de Onésimo Redondo.   

Al final de la campaña, en la que han salido a colación los Reyes Católicos e incluso el conde Drácula (todo sea por halagar a la nobleza), el PP ha señalado a castellanos y leoneses los dilemas a los que deben dar respuesta en las urnas.

Uno es el de la guerra fría, planteado por Ayuso con la consigna “comunismo o libertad”. La presidenta de la Comunidad de Madrid tiene un repertorio corto, pero imperecedero. O la trampa balcánica, desvelada por Casado, que lleva a elegir entre un gobierno del PP o de los amigos de Bildu y Esquerra. O el dilema aún mayor de hacer frente a un futuro apocalíptico: un gobierno del PP o el caos.

Vale, pero mientras tanto, ¿qué hacemos con la remolacha?  

12 de febrero, 2022


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