martes, 22 de septiembre de 2020

¿Felicidad, infelicidad?

 Escribe, hoy, Luis Roca Jusmet: 

"¿Es la felicidad un concepto que debe entrar en la política? ¿ Debe servir la política para favorecer la felicidad de los ciudadanos ? Si es así: ¿ Debe entenderse felicidad como algo público que conseguimos al participar en la vida pública, constituir una comunidad política y formar parte de la voluntad general ? ¿ O debe servir la política para facilitar que cada cual busque su camino privado para la felicidad? La primera opción es la de Rousseau : algunos la llaman republicana, otros comunitarista. La segunda es la de Mill y suele llamarse liberal. Estoy de acuerdo con esta última y no me sonroja llamarme liberal. Pero la diferencia entre el liberalismo de derechas y de izquierdas es que el primero considera que es el mercado, protegido por el Estado, el que debe garantizar el juego. El liberalismo de izquierdas considera que, aún aceptando el mercado, es el Estado el que debe garantizar al máximo este camino, garantizando la igualdad de derechos y facilitando la igualdad de oportunidades. Esta es mi opción política".

Le respondo:

Desconfío de la felicidad como objetivo político, aunque ha habido constituciones donde figuraba como propósito general. En primer lugar porque no existe un estado o situación de beatitud alcanzable de modo prolongado, y menos aún permanente -en el futuro no lo sé si será posible-; a lo más que hemos llegado es a reducir las cuotas de infelicidad y a crear situaciones donde alcanzar una felicidad momentánea. Y en segundo, porque la felicidad es subjetiva, y lo que puede ser felicidad para unos pueden ser un tormento para otros. Políticamente, para mí el rasero está mucho más abajo: en lograr de modo general unas condiciones de vida dignas de la especie humana, y a partir de ahí, que cada cual busque o encuentre sus momentos de felicidad, sin provocar la desgracia o la infelicidad de los demás.

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