Muchos años después de que unos bueyes araran por sí mismos el labrantío de Juan de Vargas, mientras Isidro -dicen que de Merlo- rezaba, o que una cabeza de carnero sirviera para descubrir al asesino de un sacerdote al transmutarse en la cabeza de su víctima, la Villa y Corte sigue siendo tierra de portentos y personas milagreras.
Corte de los milagros llamó Valle Inclán
a la etapa isabelina, y de los milagros siguen siendo la Corte y la administración
de la Villa y de la Comunidad, mal gestionadas por personas de fe, de mucha fe,
de insensata e inaudita fe en los milagros.
Con tales gestores públicos, pero acérrimos
partidarios de lo privado, volvemos con frecuencia a un Madrid de Berlanga o, quizá
más atrás, de Valle Inclán, dado el grotesco mandato de doña Ayuso y sus
mariachis, que, desde un valleinclanesco Ministerio de la Desgobernación, se esfuerzan
cada día en resucitar el esperpento. Ahora con un chorrito, pero ni siquiera la
idea es suya.
En “Bienvenido míster Marshall”, don Emiliano,
el médico de Villar del Río, para agasajar a los americanos y estimular sus
presuntas dádivas, propone construir en el pueblo una fuente luminosa con un
chorrito, y recalca la importancia del chorrito. Finalmente se opta por algo
más folclórico para incitar a los yanquis -“americanos, os recibimos con alegría”-
a que satisfagan los sueños de los vecinos, como si fueran los Reyes Magos o,
mejor, Santa Claus.
Dos altos cargos, no de Villar del Río
sino el vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado, y el
consejero de Transportes, Ángel Garrido, han anunciado la instalación de
dispensadores de hidrogel para desinfectar las manos en el metro madrileño.
El acto tuvo lugar el pasado día 22, en la estación de Avenida de América, y con la solemnidad que el momento requería, en vez de cortar la cinta de rigor, se apretó el resorte y salió el chorrito. Bieeeeen. Una fotografía dejó constancia del evento para los siglos venideros.
De momento, los dispensadores sólo estarán en 50
de las más de 300 estaciones; en las próximas semanas se instalarán en el
resto. Ya veremos.
La afición de los políticos a inaugurar
lo que sea, si les reporta un titular de prensa, fue satirizada en la película “Qué
noche la del aquel día” por uno de aquellos cuatro mozalbetes de Liverpool, que
le cortaba la corbata a un preboste mientras le decía “queda inaugurado este
puente”.
La solemne inauguración del “chorrito”
es un gesto más en una ampulosa política de exhibición de gestos, fotos -con
lágrimas o sin ellas, con mantón o sin mantón, con avión o sin avión- y
titulares de prensa para encubrir una gestión pública nefasta, pero muy provechosa
para el sector privado, cuyos intereses merecen la atención prioritaria de la Presidenta,
que en esto sigue los pasos de su antecesora, la condesa de Bornos, pero con el
deje de una choni de clase media.
Con centros de salud cerrados o carentes
del personal necesario para atender a la gente en sus barrios, se construye a trompicones,
es decir con un presupuesto elaborado a ojo de buen cubero y obras adjudicadas a
toda prisa, un hospital para pandemias, del que tendremos, en su día y si la suerte
lo permite, noticia de su coste real, el inicial es de 50 millones de euros.
En una curva de afectados por el virus, que
asciende casi en vertical, Madrid va en cabeza en contagios, ocupación de camas
en UCI y en fallecidos, con una tasa que triplica la media nacional, pero Ayuso
va parcheando el confinamiento por barrios, parece que siguiendo criterios de
renta más que sanitarios, mientras las terrazas, restaurantes y tiendas del
centro siguen abiertas, la gente se desplaza en Metro, donde la escasez de
trenes fuerza el contacto entre viajeros, y faltan médicos y personal
sanitario, maestros, profesores, rastreadores, telefonistas, ambulancias, tests,
bomberos, conductores de metro y de autobús. Pero ha inaugurado el chorrito.
Quizá sea un gesto para concurrir con
ventaja a los actos del “Año de Berlanga”, promovido por la Comunidad
Valenciana para celebrar, en 2021, el centenario del nacimiento del director
valenciano.
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