martes, 15 de septiembre de 2020

1968. Una dictadura “de verdad”

 La gran diferencia con las protestas antiautoritarias de otros “sesentaiochos” es que en España, en 1968, había una dictadura de verdad; no una dictadura simbólica o retórica, utilizada como una metáfora o fruto del exceso de un lenguaje cargado de ideología, sino una dictadura real, ostentosamente tangible; omnipresente, perceptible por su olor -a cuartel y a sacristía-, color -gris, caqui y púrpura- y amargo sabor.

Había una dictadura dirigida por un general, como resultado de la victoria en una guerra civil, que es la expresión más aguda de la lucha de clases[1].

Dictadura erigida sobre la derrota de la parte del Ejército que permaneció leal al régimen legal de la II República y de un improvisado contingente de milicias populares, que, mal dirigidas, hicieron fracasar el cuartelazo y frenaron durante tres años el avance del ejército faccioso, formado en buena parte por oficiales adiestrados en la guerra colonial de Marruecos, apoyado por tropas italianas y por el ejército más potente de Europa, que era el del III Reich, mientras la II República era abandonada por los gobiernos de las democracias occidentales.

La dictadura franquista nada tenía que ver con la ausencia de libertad cómoda, suave, razonable y democrática, señal del progreso técnico, en la civilización industrial avanzada, de la que hablaba Marcuse en El hombre unidimensional, contra la que protestaban los jóvenes norteamericanos, porque España no era una nación industrial y técnicamente avanzada, ni nada en la dictadura era cómodo, suave, razonable y mucho menos democrático.

Los extraordinarios poderes de Franco excedían los del gobierno de Estados Unidos o del general De Gaulle, increpado por los estudiantes franceses, y las Cortes no tenían parangón con el sistema parlamentario de la República Federal Alemana, pese a los residuos nazis presentes en las instituciones, que denunciaban los grupos de la oposición extraparlamentaria. La clerical dictadura de Franco también quedaba lejos de la Italia con resabios fascistas, gobernada por la democracia cristiana, que mostraba el persistente poder de la burguesía católica, contra el que protestaban los jóvenes radicales italianos. España era different.



[1] Roca, J. M. “Franco y la lucha de clases”, El viejo topo nº 388, mayo, 2020.

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