Lo que la cita del día 26 de la ciudadanía con las
urnas debería decidir no es sólo el final del Gobierno de Rajoy, el peor gobierno
del régimen democrático, sino acabar con la etapa histórica comenzada en 1996,
cuando José María Aznar llegó a la Moncloa para acometer lo que llamó la
“segunda transición”, que Rajoy, contando con unas condiciones interiores y
exteriores muy favorables para aplicar con extremo rigor su desigualitario
programa, ha continuado hasta ahora.
En 1996 se puso en marcha una vasta operación
para cambiar de arriba a abajo el país y ajustarlo de manera rápida a las
nostalgias del pasado franquista y al discurso neoliberal conservador, internacionalmente
dominante, con el objetivo de acabar con las reformas progresistas de los gobiernos
del PSOE y restaurar formas, símbolos y conductas de la periclitada dictadura.
Se cambió la forma de gobernar con la ocupación
del Estado y el uso partidista de sus aparatos, se manipularon las
instituciones para convertirlas en dóciles instrumentos del Ejecutivo, se acomodó
la administración de justicia a lo que habría de venir, se implantó otra forma
de gestionar bienes y servicios públicos (para acabar con ellos), se reorientó
la política exterior, se quiso reevangelizar el país (y aumentar el patrimonio
de la Iglesia), se impulsó un modelo de rápido crecimiento económico basado en la
construcción y el crédito barato, se corrigió a favor de las empresas la
relación de fuerzas entre el capital y el trabajo, se fundó un poderoso aparato
de propaganda política y clerical y se difundieron entre la población los mitos
y falacias neoliberales para enseñar a los ciudadanos a conciliar el credo católico
con las exigencias de la competitiva España de las "oportunidades". Se trató, en
suma, de restaurar las hechuras de la España ancestral y, a la vez, acomodarlas
al modelo del neoliberalismo anglosajón recién descubierto.
Hoy
recogemos los amargos frutos de aquellos desvaríos, no imputables sólo a Rajoy
sino al programa del Partido Popular, aplicado en dos tandas y sólo
parcialmente neutralizado por Zapatero, y asistimos indignados, pero al parecer
impasibles, al fracaso del modelo económico sin intentar reemplazarlo, a la crisis
de legitimidad del Estado y al deterioro de las instituciones sin abordar su reforma, al desprestigio de la clase política sin
corregir sus yerros y de la clase empresarial sin cambiar sus malos hábitos, al
desapego de los ciudadanos respecto al sistema de representación política sin
intentar renovarlo, y a una profunda crisis moral, pero centramos la atención
en nimias cuestiones de poder, en problemas a corto plazo y seguimos
entretenidos en interminables disputas internas; y no sólo eso, sino que como
país estamos perdidos, sin brújula fiable ni adecuada cartografía.
Un anómalo gobierno con la fecha de caducidad
vencida pero autoinvestido de poderes extraordinarios deja como herencia un
país devastado por el saqueo legal e ilegal de bienes públicos y por el saneamiento,
con fondos del mismo origen, de bancos y empresas privadas quebradas por mala
gestión; hastiado por el uso partidista de las instituciones del Estado, por la
gobernación opaca y autoritaria, las ausencias y displicencias del Presidente,
la irresponsabilidad del Gabinete, el ninguneo de la oposición y la irrelevancia
del Congreso y del Senado, resultado de una especie de cesarismo sin César o de
cesarismo televisado en diferido, y saturado por un sistema de propaganda en permanente
campaña de intoxicación de los ciudadanos, con el que el Gobierno actúa como
oposición de la oposición.
Rajoy deja un capitalismo de amigotes y una
democracia de parientes y clientes, trufada de extensas tramas de corrupción
política, que la administración de justicia trata de investigar y castigar con pocas ganas, lentitud y escasos medios, lo cual permite que muchos delitos políticos y
económicos queden impunes y dejar constancia del doble rasero empleado para
juzgar, por un lado, a las personas ricas o bien situadas y, por otro, a los pobres y a los trabajadores.
Deja también una reforma fiscal que grava el
consumo general, perjudica a las rentas medias y a los asalariados y beneficia
a las rentas altas, favorecidas, además, con una amnistía que premia el fraude.
Una economía, rescatada por la Unión Europea,
en desigual crecimiento, cuyos beneficios se dirigen hacia las rentas altas,
mientras las medias no han salido del todo de la recesión y las bajas se han
hundido.
Una deuda externa de 1,8 billones de euros, que
ha superado el PIB, y una deuda pública que ha superado el billón de euros
(1,095 billones de euros). El Gobierno no ha cumplido ni un solo año con el
déficit acordado con Bruselas.
Un país con menos personas trabajando, una tasa
de paro superior al 20% de la población activa, más empleos temporales, menos
empleos indefinidos, más contratos a tiempo parcial, jornadas laborales más
largas, más horas extras no pagadas y salarios más bajos. Más facilidades para
despedir, más parados de larga duración, más parados sin subsidio; más jóvenes
parados y más jóvenes laboralmente exiliados. España “exporta” doctores y
licenciados.
Hay más pisos vacíos y viviendas más caras, y más
personas sin vivienda. Las pensiones están congeladas y la caja de la Seguridad
Social al 50% de lo que tenía hace sólo cuatro años, que será difícil volver a
llenar con menos trabajadores cotizando, salarios más bajos, empleo temporal y a tiempo
parcial. La Ley de Dependencia carece de fondos y, sobre todo, de ganas de aplicarse. El Estado del bienestar se ha reducido y está privatizado
parcialmente; disponemos de peores servicios públicos, menos camas hospitalarias, menos
médicos, menos personal y medios sanitarios; menos profesores, menos aulas y
menos colegios públicos; recortes de presupuesto en las universidades, olvido de la
investigación científica, de la innovación y del desarrollo tecnológico; la cultura está maltratada.
Somos un país con menos habitantes por el retorno de los inmigrantes a sus lugares de origen, por el aumento de los españoles que emigran y por la falta de nacimientos; en 2015 los fallecimientos superaron a
los nacimientos. Es difícil formar nuevas familias por la escasa ayuda a los
hijos y la casi imposible conciliación de la vida familiar y laboral para las mujeres. ¿Vuelta
al hogar como piden los obispos?
Tenemos más familias sin ningún ingreso y más familias
con ayudas de subsistencia. Más personas dependientes de la solidaridad pública y privada y de
los bancos de alimentos. Más desigualdad y desequilibrio entre las rentas más
altas y las más bajas. Hay más ricos y más pobres, y pobres más pobres que
antes de la crisis; más personas amenazadas de exclusión, vulnerabilidad y
desamparo. Somos una sociedad escindida, con una tercera parte muy bien situada, que ha
salido de la crisis igual o mejor que entró, otro tercio, que capea como puede el
temporal, y un tercio que se va quedar atrás durante décadas. Según el INE, tres millones de
personas han dejado de pertenecer a la clase media.
Padecemos una ensoberbecida Conferencia Episcopal, que se
entromete en la actividad política y ha contribuido a saquear el país al
haberse incautado de propiedades públicas a través de una argucia legal
proporcionada por el gobierno de Aznar; el país soporta leyes civiles,
conductas de gobierno y sentencias judiciales más inspiradas en interpretaciones retrógradas
de la religión católica que en los principios constitucionales.
La Constitución está congelada de cara a su reforma, pero ha sido
parcialmente abolida a golpe de decreto; los ciudadanos tienen menos derechos civiles
y laborales que antes de la crisis y se han promulgado como ordinarias leyes que corresponden a
situaciones de excepción.
El mundo nos viene grande. Carecemos de
política exterior: el Gobierno muestra una disposición servil ante la canciller de Alemania,
pero su presencia es inapreciable en el resto de foros internacionales, salvo
para hacer bulto.
En resumen: España es hoy un país empobrecido,
endeudado, dependiente y ensimismado, que ha perdido importancia en el entorno
europeo y es irrelevante en el concierto mundial.
Esta
es la patriótica obra de Aznar, de Rajoy y del Partido Popular.
14 de junio de 2016. Revista Trasversales nº 38, julio 2016.
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