jueves, 22 de enero de 2015

Recuperar poder

¿Qué hacer? ¡Recuperar poder!

Good morning, Spain, que es different

Señaladas la falta de legitimidad del régimen y del gobierno, lo que procede es poner remedio cuanto antes a esta situación, pues para otros problemas ya se han arbitrado soluciones con inusitada presteza.
Los males del modelo económico y del sistema financiero han encontrado rápido remedio o, mejor dicho, el Gobierno y la Troika nos han impuesto la onerosa solución de sanearlos con paro, empleo precario, bajos salarios y dinero público entregado a espuertas, sin contraprestación alguna, pero, ¿cómo se sanean y mejoran el sistema de partidos, la vida parlamentaria o el sistema judicial, y se ponen sin condiciones ni reservas al servicio de la ciudadanía? o ¿cómo se entrega el gobierno a los mejores o se devuelve a la gente la confianza en las instituciones públicas?
Sólo hay una forma de cerrar la brecha entre el país real y el país oficial, entre la sociedad y las instituciones públicas, entre la débil posición de la ciudadanía y la fuerte posición de sus representantes políticos, y es que la ciudadanía deje de ser una masa dócil e inerte y recupere el poder del que fue despojada.
Recuperar poder no es emular hoy la toma del palacio de Invierno de los zares, ni asaltar el de verano de los Borbones en La Granja, ni “okupar” la Moncloa o la Zarzuela más allá de un escrache, sino un proceso que empieza con la certeza de lo que se ha perdido.
Por varias y justas razones, los ciudadanos -como votantes, como trabajadores, como consumidores, como contribuyentes- deben asumir más poder; más poder sobre sus vidas, sobre su trabajo, sobre el destino de sus impuestos, sobre sus representantes, sobre su futuro, y reconquistar un poder perdido hace décadas y apenas recuperado en la mitificada Transición.
La primera razón, de índole política, alude a los derechos civiles, porque los ciudadanos son los teóricos depositarios de la soberanía nacional. Si es cierto lo que recoge la Constitución, ¿qué hay de ilógico o de imprudente en que la recuperen para acometer los cambios que estimen pertinentes? Ya es hora de que la figura política del ciudadano, nacida a principios del siglo XIX con la Constitución de 1812, alcance, tras muchas vicisitudes y saltos atrás, la madurez que le corresponde a comienzos del siglo XXI.
La segunda, de índole económica, alude al más elemental derecho del consumidor en la economía de mercado: el que paga exige y debe ser resarcido si el producto adquirido no le satisface o no se ajusta a lo convenido. En este sentido, quienes están costeando con el empeoramiento de sus niveles de vida deudas ajenas y una recuperación económica que no les alcanza, tienen más derecho que nadie a ser tenidos en cuenta a la hora de decidir sobre este asunto.
La tercera razón, de higiene democrática, alude al necesario saneamiento del marco público, que exige deponer a quienes han gobernado mal, lo han hecho en provecho propio, han confundido los intereses públicos con los privados, se han corrompido o permitido que otros se corrompieran; la higiene democrática impone desposeer del poder a los malos gestores, a los políticos venales y a los profesionales de la puerta giratoria, que comunica la administración pública con los negocios privados.
La cuarta razón es estratégica. Carecemos de visión sobre el futuro inmediato y mucho menos de horizonte. La única certeza que el Gobierno ofrece a la mayoría de los ciudadanos es prolongar el presente y, salvo para las clases alta y media alta, seguir instalados en la precariedad, con un sistema económico cada día más dependiente a medida que crece una deuda financiada con más deuda.
Estamos metidos en un laberinto y carecemos de guías. En el mejor de los casos, estamos guiados por políticos ciegos o cortos de vista, cuyo horizonte no supera el tiempo de una legislatura, y en el peor, por personajes mediocres y ambiciosos o por sujetos interesados en medrar personalmente con el derribo del país.
Ya es hora de que los ciudadanos confíen en sí mismos y en la cooperación de sus esfuerzos, y tomen su destino en sus propias manos. Es hora de efectuar una revisión a fondo de todo lo que tenemos y de todo lo que queremos por medio de un gran debate nacional, pues dada la magnitud del desastre generado por la recesión y la dimensión general que tienen los problemas que hay sobre la mesa, todo aboca a un proceso constituyente. No existe una salida más justa, legítima y democrática.
Es menester iniciar un nuevo proceso, este sí, verdaderamente constituyente, con un parlamento elegido con criterios proporcionales y convocado sólo para ese fin, que termine la obra comenzada en 1976-1978, con objeto de dejar atrás definitivamente la dictadura, de tal modo que el hoy agonizante régimen político surgido de la Transición no sea una etapa intermedia entre el franquismo de Franco y el neofranquismo de sus herederos.

Trasversales, Publicoscopia

18-1-2015.

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