miércoles, 21 de diciembre de 2022

Cartografía política madrileña (2)

La tensión ha subido en la sanidad madrileña. Después de la multitudinaria concentración del día 13 de noviembre, se han repetido los actos de protesta ante oficinas de la Comunidad concernidas por el caso y sigue una huelga de 4.200 médicos de familia y 720 pediatras.

El domingo 27, una concentración de sanitarios y usuarios denunció el abandono de la atención primaria y la irresponsabilidad del consejero de Salud al no percibir que los pediatras y médicos de familia son la primera línea defensiva de la salud de la población y que su buen funcionamiento evita los colapsos en las urgencias de los hospitales.

Esperando que el conflicto concluya por el cansancio de los huelguistas, la Consejería de Salud ha roto la negociación sin ceder un ápice en su postura, alegando que una subida general de sueldos es inasumible. En realidad, la protesta ya ha desbordado la respuesta al caótico plan de Ayuso de reabrir los, cerrados hace dos años, centros de urgencia de barrio (los SUAP) sin disponer del personal necesario o, mejor dicho, contando con la mitad de los efectivos precisos para atender 80 centros. Pero no se puede decir que el “dream team” de Ayuso carezca de soluciones imaginativas, pues ha convertido la precariedad en mérito y dividido los centros en dos categorías: con médico, en centros de urgencia, y sin médico, en centros de cuidados, sólo atendidos por enfermeros. La otra “medida estrella” (o mejor, estrellada) ha sido la telesalud o atención médica a distancia, través de la pantalla, que más parece pensada para evitar el contagio de los médicos (que son pocos) que para atender bien a los enfermos.

Lo que sucede no es casual ni un producto del oportunismo de Ayuso, culpando al Gobierno y a la “izquierda bolivariana”, sino efecto de una lógica política que lleva a presionar hasta que surge la protesta, pues no hay límite legal, laboral ni, por supuesto, moral a la explotación de quien trabaja. El límite lo ha de poner quien soporta condiciones de trabajo extenuantes y humillantes, bien con la protesta o bien con la renuncia y el abandono del empleo, buscándose una vida mejor en otro lugar o en otro país. Dígase como paradoja, que España “exporta” personal sanitario, mientras Ayuso culpa al Gobierno de la falta de médicos en Madrid.  

Así, lo que ahora se pide no es sólo aumento de salarios, sino empleo, estabilizar y completar las plantillas, acabar con el parcheo de los traslados, los despidos encubiertos, las jubilaciones sin reemplazo y las bajas temporales que no se cubren; poner fin a la sobrecarga en las consultas, a la falta de pediatras, a la reiteración de guardias, a las horas extraordinarias y a las listas de espera de los pacientes. Lo que piden los trabajadores es frenar la destrucción de la sanidad pública en beneficio de la privada, pero en perjuicio de la ciudadanía, en particular de los enfermos de las clases económicamente más débiles. Y esta no es sólo la intención del gobierno de Ayuso, que, aprovechando la coyuntura, ha pisado el acelerador, sino un impulso que viene de bastante atrás en el tiempo, lo cual exige un poco de memoria y de cartografía política.

Como ya había anunciado Aznar en su libro “España. La segunda transición”, el Partido Popular tenía en su programa un amplio capítulo de privatizaciones para reducir el tamaño de Estado. Corrían los años de auge del neoliberalismo y el “Estado mínimo” era parte de la letanía, igual que reducir el “intervencionismo” político, ampliar el mercado (cuanto más libre, mejor) y privatizar empresas públicas para “devolverlas” a la sociedad, identificando la sociedad con los amigos a los que se entregaron los bienes privatizados. Y en el campo de la sanidad, ya había un precedente que avisaba por donde irían los tiros.

Ernest Lluch, ministro de Sanidad entre 1982 y 1986, impulsó la Ley General de Sanidad de 1986, que descentralizó los servicios en comunidades autónomas, estableció como objetivos a medio plazo extender la atención sanitaria a toda la población, crear la red de atención primaria, integrar los hospitales públicos, financiar con cargo a impuestos y mejorar el control de los medicamentos, entre otras medidas. Pero la ley se topó con la oposición de Alianza (Partido) Popular y la Organización Médica Colegial dirigida entonces por Ramiro Rivera, entidad muy conservadora, partidaria de la medicina privada y confesional, que ya había impulsado en 1981 una huelga de médicos contra el gobierno de UCD.

Uno de los impulsores de la ofensiva contra la ley de Lluch fue el recientemente fallecido Pedro Arriola, asesor de todo lo asesorable y consejero áulico de Aznar. Y no parece un detalle menor que fuera marido de Celia Villalobos, que fue nombrada ministra de Sanidad en el año 2000, cuando el PP obtuvo la mayoría absoluta.

En esa legislatura se descentralizó la sanidad y se transfirió a las comunidades autónomas, lo cual fue muy bien recibido por los partidos nacionalistas, en particular por los catalanes, porque permitió “engrasar”, con el correspondiente donativo a la caja B (3% y más), las relaciones de los gobiernos autonómicos con los proveedores y adjudicatarios de una sanidad que se privatizaba por parcelas. Eso mismo ocurrió en Madrid, aunque el “programa piloto” se probó en Valencia, en la Valencia de Camps, Barberá, Fabra y Zaplana, y la pieza que debía probar la eficacia de la administración privada ante la “burocrática gestión pública” fue el hospital de Alzira.     

Como todo el mundo sabe, fue el primer hospital público de gestión privada (pero de gasto público), que iba a suponer un ahorro de 2.000 millones de pesetas a la Generalitat valenciana, pero tras unos años de opaca gestión tuvo que ser rescatado con un coste de 7.300 millones. Como eran los años de las vacas gordas, el asunto quedó oscurecido por otros portentos, otros dispendios y otros rescates, como Tierra Mítica, la Fórmula 1, la Ciudad de las Artes, la visita del Papa, las carreras de motos, la copa de vela, el aeropuerto sin aviones, etc-, donde chapoteaban Correa y sus amigos del PP, luego implicados en las tramas del caso “Gurtel”.

Algo parecido sucedió en Madrid, en la Comunidad gobernada por el Partido Popular durante 28 años consecutivos.

 (Continuará)

2/XII/2022    

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