Ha muerto, por sorpresa, Javier Marías. Un gran escritor y una gran pérdida para la literatura española e internacional, pues era uno de nuestros autores contemporáneos más traducido a otros idiomas.
Desconocía
sus dolencias y su estado de salud y, sencillamente, no me lo esperaba; es más,
lo que esperaba, a la vuelta de su veraneo y del mío, eran sus artículos
críticos de viejo cascarrabias sobre vicios nacionales y novísimas ideas y
conductas, que, a la postre, quedarán condenadas muchas de ellas a ser sólo modas,
tan pasajeras como otras, vistas con la distancia de los años. En algunos
casos, se pasaba en acidez o exageraba en sus apreciaciones, pero en otros no
le faltaban argumentos para ser tan crítico.
Conozco
sus libros de portada, pero confieso -mea culpa- que no he leído ninguno.
De Marías, ni de otros novelistas nacionales o extranjeros. Hace años me paré y
abandoné las novelas. Fui incapaz de elegir entre tanta oferta o me cansé; no
lo sé; no he analizado las razones, pero las dejé. Sí recuerdo el momento, no
la fecha, pero sí la obra que me condujo a tal decisión y fue La hoguera de
las vanidades, de Tom Wolfe. Llevaba leída la mitad, cuando caí en la
cuenta de que no me interesaban las desventuras de aquel pretencioso “yupi” de
Manhattan y cerré el libro. Y cerrado sigue. Me parece que, siendo la vida tan
corta, el ensayo enseña más que la novela y lo hace en menos tiempo.
No he
leído, pues, novelas de Javier Marías, sí algo de su padre y traigo a colación una
obra, a mi juicio magnífica, de su madre, Dolores Franco, titulada España
como preocupación, publicada, nada menos que en 1944. En el prólogo de una edición
posterior, su marido, Javier Marías, explica su aparición.
“Cuando
escribió la <Nota final>, cuando el grueso montón de cuartillas quedó
completo, surgieron los problemas editoriales. Y cuando, al cabo de no pocas
peripecias, Ediciones Adán presentó el libro a la censura, esta respondió que
el contenido podía publicarse, pero había que cambiar el título, porque “Dolores
Franco, España y preocupación hacían muy mal efecto”. Los censores insistían en
que tenía que decirse que se trataba de literatura, no de política; los
editores indicaron que el original llevaba un subtítulo: Antología literaria.
Un censor expresó su convicción de que nadie sabía qué quiere decir antología.
Hubo que incluir la palabra “literatura” en el título y el libro se llamó en su
primera edición La preocupación de España en su literatura. Al
reeditarse en 1960, con grandes ampliaciones, en tiempos un poco menos absurdos,
recuperó su título originario”.
¿Y qué
es lo que perseguía Dolores Franco, que molestaba a los censores?
Ella
misma lo apunta en la Introducción: “Surca la literatura española, durante tres
siglos, una vena de honda preocupación nacional, que unas veces corre profunda
y otras aflora a borbotones. Su persistencia, su volumen y su matiz hacen de
ella algo específico de nuestras letras, casi desconocido en otros países (…)
Pero no se trata de una literatura política, que se plantee problemas de
gobierno, luche por unos principios o impulse hacia una meta propuesta – como
en el caso de la Italia que marchaba hacia su unidad, por ejemplo-, sino de un
tema literario que decanta una angustia vital e íntima”.
Sigue
Julián Marías en el Prólogo: “Es el primer libro sobre el tema. Apareció en
febrero de 1944, con un prólogo de Azorín, “Desideratum”, escrito con increíble
rapidez, poco después de recibir el manuscrito. En 1946, se publicó en Buenos
Aires El concepto contemporáneo de España. Antología de ensayos (1895-1931),
de Ángel Del Río y M. J. Bernardete. En 1949, publicó, en Madrid, Pedro Laín
Entralgo su libro España como problema.
Es oportuno
recordar aquí, que, en 1949, Rafael Calvo Serer quiso dar una respuesta al
libro de Laín y, en cierto modo, al de Dolores Franco, con el suyo España,
sin problema.
Aquí
va un resumen del índice de España como preocupación. I. Siglo XVII: La
primera zozobra (Cervantes, Quevedo, Saavedra Fajardo, Gracián). II. Siglo XVIII.
Examen de conciencia (Feijoo, Cadalso, Forner, Jovellanos, Fernández de
Moratín, Quintana). III. Romanticismo. España en carne viva (Larra, Balmes,
Donoso Cortés). IV. El realismo. En busca del tiempo perdido (Valera, Galdós,
Pardo Bazán, Menéndez Pelayo, Costa, Picavea, Isern). V. La generación del 98. El
dolorido sentir (Ganivet, Unamuno, Baroja, Azorín, Machado, Maeztu, Menéndez
Pidal). VI. España como problema intelectual (Ortega y Gasset, Rubén Darío) y
tres artículos posteriores: “Adiós a los burritos toledanos”, “Dos viejecitas”
y “Ortega: el brillo de la ausencia”.
Desconozco
la obra estrictamente literaria de Marías, pero en su colaboración periodística
sí me parece percibir, entre otras influencias, la de su madre. Quienes hayan
leído sus novelas quizá puedan comprobarlo o desmentirlo.
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