Ha muerto Isabel II, reina de Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte y soberana de los países de la Commonwelth (Mancomunidad de Naciones). Era también cabeza de la Iglesia anglicana y pariente de la realeza española, pero nada más. Se le debe, por tanto, la deferencia señalada por la cortesía entre naciones que pertenecen a las mismas organizaciones internacionales, a pesar del largo contencioso con el Reino Unido sobre Gibraltar y al abandono de la Unión Europea con malos modos. Por lo cual resultan patéticos el exagerado sentimentalismo y los provincianos actos de pleitesía locales y regionales, que se deben más al servilismo de quienes se apuntan a lo que sea para engordar su escueto currículo político que a la existencia de relaciones con la reina difunta o con la monarquía británica.
También
resulta exagerada la importancia atribuida por los medios de información, en
particular los conservadores, a su persona y a la repercusión de su reinado fuera
del ámbito anglosajón.
Con el
deceso de Isabel II no se acaba el siglo XX, como se ha llegado a decir, con
notable exageración, para alargar políticamente el siglo XX desde una
perspectiva exclusivamente británica -y monárquica- y desmentir el dictamen del
historiador Eric Hobsbawm, también británico, sobre el corto siglo XX, que empieza
en 1914, con la I Guerra Mundial entre los grandes imperios por cambiar el reparto
del mundo acordado en la Conferencia de Berlín (1885), y acaba en 1991, con el
ocaso y de la URSS y los países de su órbita, el primer sistema alternativo al
capitalismo, cuya descomposición aún padecemos, como nos recuerda Vladimir Putin
cada día.
Otra
cosa es contemplar, desde el punto de vista británico, su largo reinado
(1952-2022) -70 años en el trono que superan los 63 años de la reina Victoria
(1837-1901)-, que se inicia con el quebranto económico producido por la II
Guerra Mundial, la inmediata descolonización, la etapa de recuperación, desarrollo
económico y Estado del Bienestar; la alegre y juvenil Inglaterra de los años sesenta,
seguida por la obrera y minera, que respondió con luchas a la crisis de los
años setenta; la etapa neoliberal y conservadora de Margaret Thatcher, que acabó
con ellas y abrió el foso de desigualdad que no ha dejado de crecer; el frustrante
y gaseoso período laborista de Tony Blair y los años de gobiernos conservadores
que culminan en el Brexit, la gestión de la pandemia de covid y la deposición de
Boris Johnson.
Con
luces y sombras -y algún año horrible- el reinado de Isabel II está
marcado por el declive del imperio y la pérdida de influencia anglosajona en el
mundo, reemplazada por la de Estados Unidos, y por el desplazamiento del Reino
Unido a un puesto secundario en la correlación de fuerzas a escala mundial.
Isabel
II pertenecía más al pasado que al presente; quiso ser una figura digna en una Gran
Bretaña en declive, que oficialmente persistía en el ceremonioso ámbito de la
monarquía, tributario de acrisoladas tradiciones en torno al poder y a marcadas
diferencias de clase. Un mundo muy protocolario y estricto en las formas,
propio de una clase alta elegante, hipócrita y adinerada, vestida siempre para
lo que demandaba la ocasión, lleno de caballeros de etiqueta, damas con vestidos
largos y pamelas, y soldados y oficiales con vistosos uniformes del siglo XIX,
ofrecido al público en actos gubernamentales en lugares venerables, en carrozas,
desfiles militares, cacerías, campos de golf, fiestas en castillos o carreras
de caballos, que mostraban la vida de una aristocracia higiénicamente separada
del pueblo por siglos de hegemonía y por insultantes diferencias de renta. Un
carnaval, un espectáculo de masas que alimentaba la fantasía popular de vivir
perpetuamente en otra época, servido por las revistas y los programas
televisivos “del corazón” y por la prensa sensacionalista cuando se trataba de
airear escándalos de diversa índole, que han sido muchos, tanto de la realeza
como de dirigentes políticos.
Isabel
II quiso representar ese ambiente tradicional y protocolario, pero vivió rodeada
de una familia bastante bien adaptada a los tiempos que corren, en los que la
nobleza ya no obliga y la aristocracia puede tener prácticas fiscales poco
patrióticas y delictivas, gustos sexuales depravados, unirse sentimentalmente a
personas de origen plebeyo y mezclarse con sátrapas y sujetos poco recomendables
(por decirlo suavemente) en los negocios, algunos bastante oscuros.
Isabel
II, era también la cabeza visible de la Iglesia anglicana, un rasgo aún más
arcaico, que la emparejaba con la monarquía alauita, donde el rey de Marruecos
es el jefe de los creyentes y también la fortuna más importante del país, que
también es un rasgo destacado de la monarquía británica. Hasta que aparecieron
en el firmamento económico los jóvenes emprendedores de internet, la
informática y el turbocapitalismo financiero, que han formateado la economía
mundial con los criterios de un casino de Las Vegas, Isabel II, junto a la
reina Juliana de Holanda, estaba entre las personas más ricas del planeta. Por
algo, los británicos aluden a la familia real con el nombre de “The Firm” (la
empresa).
Su dios misericordioso ha querido salvar a Isabel II del reinado de su hijo Carlos, de las comprometidas derivas económicas, sentimentales y sexuales de su propia familia, de las consecuencias del Brexit y la nefasta gestión de Boris Johnson, de las decisiones de la primera ministra novata, de la que dicen es una versión mejorada de Margaret Thatcher, de una economía en crisis con la libra esterlina en su cotización más baja y de un problema sin resolver en Irlanda o, mejor dicho, dos: la reunificación de la isla, no olvidada por los irlandeses, y el problema de conjugar la relación entre ambas zonas por la permanencia de República de Irlanda en la Unión Europea y la salida del Ulster de ella, arrastrada por Londres.
Dios ha salvado a la reina de ese incierto futuro, pero la ciudadanía británica sigue ahí, en gran parte añorando un tiempo que ya se fue.
God save the queen
We mean it man
There's no future
In England's dreaming
God save the queen.
No future
No future
No future for you.
Sex Pistols: “God save the Queen” (1977)
9/9/2022.
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