martes, 13 de septiembre de 2022

El culamen

Este verano, una temporal lesión en un pie me ha obligado a pasar bastante tiempo en dique seco, sentado en la playa leyendo y mirando lo que había alrededor, circunstancia que me ha permitido realizar un rústico estudio de campo sobre los neptunos y las sirenas que acuden a la costa en verano huyendo del calor: sobre la nacionalidad, origen peninsular (por el acento), horarios de llegada a la playa, agrupaciones familiares (los mayores, los niños), la distancia entre sombrillas, la actitud de quienes sólo toman el sol, como lagartos, quienes se bañan, nadan, se mojan o juegan en el agua o en la orilla; sobre quienes leen, quienes hablan y quienes ligan; quienes comen, beben o fuman (y dónde dejan los residuos) o quienes llevan la radio consigo -¡maldito reguetón!- y a la niña esa de la “motomami”, que canta en la lengua de Tampa.

Las conclusiones de esas largas ojeadas quedarán para mejor ocasión, porque ahora deseo ocuparme de un inocultable fenómeno, que en los últimos años ha ido en aumento, que es la tendencia a la escasez en la ropa de baño femenina, para dejar el descubierto generosas partes del cuerpo antes celosamente veladas.  

Para que no me tachen de viejo verde (sólo de ecologista anciano), quiero decir en mi descargo que quien haya viajado este verano a las playas de Levante se habrá visto obligado a contemplar una permanente exhibición de culos. Culos femeninos, aclaro, en la zona de los “textiles”, porque en la zona nudista se ven traseros de toda especie, sexo, género, edad, condición, situación, estado y no sé si religión, pero todo el mundo acepta el programa mínimo, que es ir en bolas. Sin sorpresa.

Nudistas y “textiles”, libran, desde hace tiempo, una non sancta y soterrada guerra de posiciones por controlar el territorio, que, con el aumento del turismo, va en perjuicio de los naturistas. La frontera es simbólica -o moral- y desde luego permeable, lo que permite incursiones de paseantes de ambos bandos en territorio bajo la otra soberanía.

En general, son más los textiles que traspasan el limes romanum de los pelotaris que al contrario y depende también del momento. A primera hora del día, no es raro ver nudistas recorriendo la orilla de una playa casi vacía, añorando un tiempo lejano en que reinaban sobre todo el arenal sin resistencia alguna. Las visitas se reducen a medida que avanza la mañana, pero recuerdo un tipo, que con la playa muy concurrida practicaba el mestizaje con un atuendo mixto. Ignoro si trataba de entender las posiciones de ambos bandos, asumiendo las dos maneras de tratar el cuerpo, o era un moderno “influencer”, el caso es que se vestía (o desvestía) de esta guisa: llevaba gorra, gafas de sol, camiseta y sandalias, pero dejaba al aire estival las partes pudendas. Ya digo, un vanguardista.           

En general se mantiene una pax augustea et juliana, aunque a veces se rompe por incursiones de los textiles, cruzando the border line (pronúnciese con la voz aguardentosa de Johnny Cash), en la reserva de los “pelotaris”, sobre todo los fines de semana, cuando el espacio vital escasea (textilen uber alles).

Pero vamos, sin más demora, al tema del “pompi”, como dicen las monjas, el culo en italiano, le cul francés, el popó como lo llaman los tudescos, the ass, the bottom para los ingleses, que es bunda en Ipanema, patria del tanga.  

He visto, más allá de Orión, sirenas muy jovencitas y también mayorcitas exhibiendo sus glúteos sin complejos, con culos de todas las dimensiones, de todas formas y proporciones; culos voluntariosamente adaptados, algunos en vano, a las exigencias de la moda imperante en trajes de baño femeninos, donde el tanga y la braga brasileña van desterrando el bañador completo, que antaño lucieron Deborah Kerr, Grace Kelly o Ava Gardner, incluso el bikini de Úrsula Andress, para pasmo de un joven 007 con licencia para ligar. Y percibo que acudir a la playa y mostrarse en público tal cual se es, en comparación -o competición- con los demás cuerpos, es una muestra de libertad y una terapia excelente para curar los complejos, porque muestra la incuestionable realidad de cada cual: lo que somos sin aderezos.

Entre el turisteo varonil, la moda es más uniforme, más pudibunda y menos variada, salvo por el color y el estampado de las prendas. Algunos jóvenes suelen llevar “bermudas” de diferente longitud en las perneras, pero ya están en desuso por lo incómodos que son y lo que tardan en secarse. La mayoría de los hombres viste bañador tipo “meyba” -una anticualla- en diferentes hechuras; por su utilidad se ha impuesto el pantalón corto, que ahora llaman “boxer”, porque es cómodo y tiene bolsillos. Un servidor suele usar el holgado modelo “Palomares 66” (antiatomic fashion), que tan buen resultado le dio a Fraga en aquel famoso chapoteo en aguas de Almería.     

También se ven jóvenes tarzanes luciendo bañadores pequeños y ajustados modelo “marcapack” (“vuelve el hombre”), pero la mayoría de los caballeros portan o soportan con estival resignación el modelo “calzonazos”, ante esta exhibición de poder femenino.

Esto es lo que he visto este verano y he querido relatar, para que esas visiones no se pierdan como lágrimas en la lluvia.

29/8/2022. El obrero.es

 

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