En que las clases populares parisinas asaltaron la prisión de la Bastilla y liberaron a unos cuantos prisioneros. No fue una gran hazaña, pero sí un hecho de gran relevancia en el proceso revolucionario iniciado al constituirse la Asamblea Nacional, que acabaría alterando el propósito de los delegados del tercer estado que habían acudido a París convocados a los Estados Generales.
Según Arendt (“Sobre la revolución”), la
Revolución francesa y la independencia de Estados Unidos: “estuvieron dirigidas, en sus etapas iniciales, por hombres que estaban
firmemente convencidos de que su papel se limitaba a restaurar un antiguo orden
de cosas que había sido perturbado y violado por el despotismo de la monarquía
absoluta o por los abusos del gobierno colonial. Estos hombres expresaron con
toda sinceridad que lo que ellos deseaban era volver a aquellos antiguos
tiempos en que las cosas habían sido como debían ser.”
Interpretación que comparte Gouldner (“Dialéctica
de la ideología y la tecnología”) cuando señala: “Al atribuir la revolución a la violación de los derechos humanos, los
revolucionarios no hicieron ninguna mención de intereses o al menos de sus
intereses específicos. Los derechos violados fueron descritos como “naturales”
y “sagrados”, lo cual significaba que los revolucionarios no estaban iniciando
nada nuevo, que sólo protegían algo antiguo contra nuevas violaciones.”
Lo que convirtió ambos proyectos
restauradores en procesos revolucionarios, que dieron lugar a sociedades muy
distintas, fue advertir que los acontecimientos habían desencadenado una serie
de tensiones sociales difíciles de dominar y de haber traspasado, en un momento
dado, un punto desde el que ya era imposible retornar al viejo orden.
Vovelle (“La mentalidad revolucionaria”) escribe
que Cambon, aludiendo a la Revolución francesa, expresa la idea de haber
llegado a un punto sin retorno, cuando, en enero de 1793, dos días después de
la ejecución de Luis XVI en el cadalso, afirma: Acabamos de atracar en la isla de la Libertad y hemos quemado la nave
que nos condujo hasta allí.
También Desmoulins (Vovelle, ibíd), en 1789,
exclama: “Fiat, fiat, sí, todo esto será
realidad, sí, esta afortunada Revolución, esta regeneración será realidad,
ningún poder sobre la tierra podrá impedirlo. Sublime efecto de la filosofía,
de la libertad y del patriotismo: nos hemos convertido en invencibles”-. Ahí se halla la idea de regenerar
el viejo orden adulterado y, al mismo tiempo, se advierte la emergencia de una
fuerza muy poderosa, invencible.
Uno de los ingredientes que desnaturalizaron
el intento de restaurar corregido el viejo régimen fue la irrupción de las
masas populares, con lo cual la revolución se convirtió en un proceso irresistible,
cuyo curso era ya difícil de determinar.
El cambio al significado moderno de
revolución se ha fijado en la noche del 14 de julio de 1789, en París, cuando
Luis XVI fue apercibido de la toma de
Esta nueva concepción del tiempo lineal está
muy bien reflejada en el discurso de Robespierre sobre religión y moral,
pronunciado ante la Convención, el 7 de mayo de 1794, en el que afirma: “El pueblo francés parece haberse adelantado
en dos mil años al resto de la especie humana; incluso estaríamos tentados de
considerarlo, en comparación con ella, una especie diferente”.
A partir de este momento, la revolución será
imaginada como un drástico modo de corregir el rumbo de la historia -un brusco
golpe de timón- y, para los partidos de la izquierda herederos de esta
concepción, será la forma por excelencia (dialéctica) de acometer un cambio social
profundo y duradero.
Concebida la historia como una sucesión de
sociedades generada por la lucha entre clases sociales, la revolución señala el
momento álgido del tránsito de un tipo de sociedad a otro, que, en teoría, lo
supera, según una conocida tesis del optimismo histórico.
Aquel 14 de julio de 1789 indujo a creerlo
así; consagró el modelo y suscitó un debate entre Edmond Burke y Thomas Paine,
que aún no ha concluido, sobre la profundidad de los cambios que las sociedades
pueden admitir, o lo que, en las sociedades, se puede -o se debe- cambiar o conservar
-tradición y/o innovación- o sobre si la voluntad de las generaciones muertas debe
prevalecer sobre las necesidades y los deseos de los vivos.
14 de julio de 2022
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