domingo, 16 de enero de 2022

Carne picada

 Tal como está el patio, es probable que Alberto Garzón contase con que su opinión sobre la ganadería intensiva publicada en un diario inglés provocara la crispada respuesta de la oposición para hacerle picadillo, pero es más difícil pensar que esperase la insólita actitud adoptada por compañeros de gobierno.

Teniendo en cuenta que llovía sobre mojado en el asunto de la carne y que el ministro de Consumo procede de Izquierda Unida, partido calificado de bolivariano, se entiende que las derechas hayan reaccionado como si Garzón hubiera ofendido directamente a los ganaderos y al ganado patrio.

Algunos ministros se han desmarcado de las declaraciones de su compañero, y el Jefe del Gobierno las ha encontrado inoportunas.

La carne de la cabaña española es de la mejor calidad, ha asegurado García Page de modo bastante imprudente, pues hay carne de diferentes precios y, por tanto, de distintas calidades -eso es el mercado, señorías-, aunque las terneras, los corderos, los cerdos o los pollos sean españoles y muy españoles.   

El ministro de Agricultura, Luis Planas, inspirado en la canción infantil de “Antón Pirulero, cada cual atienda a su juego, quien no lo atienda pagará una prenda”, ha pedido a Garzón que se ocupe de sus asuntos, separando la agricultura y la ganadería como negocios, cuya protección parece ser la primera o quizá única competencia de su ministerio, del destino de sus productos, que es el consumo humano, que compete al negociado de Garzón y, además, al de la ministra de Sanidad.

Para la derecha, que ha montado una escandalera sobre algo que el ministro ni dijo ni piensa, cualquier opinión que suponga alguna limitación, por sensata que sea, al interés del capital privado es una blasfemia, y ese es el meollo del asunto.

Lo que está sobre el tapete es el modelo productivo que España debe impulsar, dentro de los acuerdos sobre el calentamiento global y de las recomendaciones de la Unión Europea, que no es partidaria de las macrogranjas. Y eso es lo que se debe discutir.

La derecha, que niega el cambio climático, defiende, envuelto en palabrería, un modelo productivo depredador, que aplicado a la ganadería concentra miles de reses en muy poco espacio -en esto se asemeja al modelo inmobiliario para las personas-. Se trata de aprovechar al máximo el terreno, concentrando en poco espacio mucho ganado para ser explotado con técnicas industriales; es el taylor-fordismo aplicado a la ganadería, con las reses, como los obreros en las fábricas, fijadas al puesto de trabajo con la única misión de producir la mayor cantidad de leche o de carne -fábricas de chuletas- en el menor tiempo posible; o sea, instalar en el establo la disciplina fabril manchesteriana para animales, que tan buenos resultados ha dado al explotar a los humanos.

Es un modelo con el que no pueden competir las medianas explotaciones y, que, de extenderse, como parece ser la intención de sus ardientes defensores, acabará con las granjas pequeñas, pues las grandes explotaciones con miles de reses requieren grandes inversiones de capital, en buena parte extranjero, moderna tecnología y, además, ofrecen pocos puestos de trabajo. No ofrecen carne o leche de mejor calidad que las pequeñas explotaciones, pues el rápido engorde está incentivado con hormonas y el estrecho contacto de animales concentrados en muy poco espacio facilita el contagio de enfermedades, que se intenta prevenir con la administración de fármacos, que afectan al sabor y a la calidad del producto y se pueden traspasar a los consumidores.

Un ejemplo de esta posibilidad tuvo lugar a principios del milenio con la encefalopatía espongiforme bovina transmitida a las personas, en el caso de las llamadas “vacas locas”, que produjo casi trescientos afectados y algunos muertos, obligó a sacrificar millones de reses y a prohibir el consumo de ciertas partes de los animales, como el cerebro, la médula espinal y las vísceras. Recuerden el consejo de la ministra Celia Villalobos sobre el caldo sin hueso.

El modelo de ganadería intensiva genera gran cantidad de residuos, que contaminan el suelo y el agua, y facilita la emisión de gas metano. Y fomenta, claro está, el consumo de carne, un modelo de dieta importado, que, además de acabar con la dieta mediterránea, es poco sano y facilita la aparición de dolencias en el aparato digestivo y en el sistema circulatorio.

Es, en suma, un tipo de negocio poco responsable, que produce mucho beneficio privado a corto plazo, pero tiene un alto coste medioambiental y sanitario, que se carga sobre la administración pública, obligada a soportar las pérdidas contables de las empresas.   

De todo esto hay estudios que el Gobierno debería difundir, en vez de tratar de apaciguar las impostadas iras de las derechas, que no se van a contentar con nada, pues lo que pretenden es que dimita un ministro para desgastar a un gobierno que califican de ilegítimo. Pero esa es la táctica de la derecha desde hace décadas: en España, cualquier gobierno que no sea de derechas es ilegítimo por naturaleza.

Si el Gobierno no reacciona y asume su papel como dirigente del país, dará por buenos tres supuestos que respaldan la reacción de las derechas. El primero alude a un modelo de negocio ganadero que sólo contempla el corto plazo, es depredador y social y climáticamente irresponsable. El segundo es asumir la posición de la derecha respecto al cambio climático, que es negarlo, como se puede comprobar hoy con la propuesta de la Junta de Andalucía de legalizar la extracción de agua del parque de Doñana, que los regantes de la zona realizan clandestinamente, pero sin molestias, desde hace décadas. Legalización que sería un disparate cuando se anuncian sequías prolongadas. Y ayer, con el impuesto al sol de Rajoy, o la indiferencia con que enviaron el “Prestige” a que se hundiera mar adentro, sin importar mucho los “hilillos de plastilina” que salían del petrolero y las playas inundadas de chapapote.

Y el tercero, es que se puede conceder la dimisión de un ministro cargado de poderosas razones, para detener una campaña de descrédito basada en bulos, mentiras y en la irracionalidad de dos partidos, que, sin programa y enfrentados entre sí, compiten por ver cuál de los dos provoca la caída del gobierno para alzarse con el caudillaje de toda la derecha.          

Por estas razones, el Gobierno haría mal en acceder a tan demagógica petición sirviendo a la oposición, como si fuera una bandeja de carne picada, la dimisión del ministro de Consumo.   

 El obrero13 de enero de 2022

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