Confieso que he huido. Hice mutis por el foro,
en una salida discreta, como los actores secundarios, dejando a parientes, amigos y colegas de la red con la palabra en la boca.
Soy un descastado; lo sé, pero huí, en cuanto
pude, del calor mesetario, de la insulsa y cansina bulla política y de los meses de asedio contra
el infame y microscópico invasor, y me dirigí hacia el mar. ¿A dónde, si no?
La llamada del agua me ha conducido hasta mi
particular Ítaca, acompañado de Penélope y de mis Telémacas, buscando solaz y
reposo. Sólo me falta el fiel Argos, al que renuncio gustoso para no tener que
sacarlo a pasear, mañana y tarde, con la bolsa de plástico en la mano, para que
no ensucie con sus deposiciones las islas del Egeo o incluso el Peloponeso. No
sé si los perros mitológicos ensuciaban tanto como los reales, pues tal
circunstancia no figura en el relato de Ulises, pero los últimos son un incordio.
No hallé en el camino amenazas de cíclopes ni cantos
de sirenas, ni Calipsos ni Circes, que me entretuvieran en sus islas con sus encantos y sus
intrigas. Vine derecho a Ítaca, buscando tranquilidad, un poco de sol, brisa
del mar, el reencuentro con amigos, largos paseos y ratos de lecturas y
escrituras, de las que daré debida cuenta, cuando haya logrado transformar el
caos mental en un cosmos escrito medianamente coherente.
Por lo demás, ratos de playa -On the beach- y
paseos por la orilla –Stranger on the shore-, por decirlo con un par de canciones
de los años sesenta, leer el periódico bajo la sombrilla, mirar las olas y seguir
con la vista a las sirenas, que haberlas, haylas, y a las numerosas Circes que
entran y salen de un mar tranquilo mostrando las nalgas. Esos bañadores deben de ser
incomodísimos, aunque quizá la finalidad no sea proporcionar comodidad a quienes los llevan, sino
encandilar las miradas de los Ulises barrigones, liberados temporalmente de sus deberes laborales.
¡Ah,
el mar…!
La foto es de una de mis Telémacas, siempre
atenta a la "noticia", muestra al rey de Ítaca, soñando quizá con lejanas batallas de su particular guerra de Troya, pero con el cetro en la mano.
No
somos nadie, como el astuto Ulises le decía a Polifemo, que era un cíclope bastante simple.
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