El jueves, una de mis hijas, que conoce mis
flaquezas, me dijo: Papá, hoy es cuatro de julio, ¿qué te parece si nos comemos
unas hamburguesas? Me pareció de perlas y así lo hicimos. Nos zampamos unas
estupendas hamburguesas, con abundante guarnición, regadas, por mi parte, con
verdejo frío, y por la suya con “fino cañería”, para celebrar el 243
aniversario de la Declaración de Independencia que dio paso a la primera
república de la era moderna.
Ambos compartimos la afición -¿Debilidad?
¿Seducción? ¿Influencia? ¿Enajenación?- por la cultura yanqui, así que comimos
y bebimos a la salud de Washington, de Jefferson, de Adams, de los federalistas
o de Lincoln, entre los primeros políticos, y de Roosevelt, Wallace, Luther
King, Malcolm X, Huey Newton, Tom Hayden, Angela Davis, Bernie Sanders y las
prometedoras candidatas del Partido Demócrata.
También por los relatos de Fenimore Cooper,
Oliver Curwood, Jack London, Mark Twain o Zane Grey sobre el Oeste y sus
legendarios protagonistas: Daniel Boone, David Crockett, Jim Bowie, Jim
Bridger, el estirado William Travis, Buffalo Bill, Tom Jeffors, John Clum, Bill Bonney, Al Sieber, Wyat Earp, Par Garret, los hermanos James, los Younger, los Dalton, los no menos famosos hermanos
Ringling (socios del circo Barnum) y los hermanos Marx (sin Engels). Sin dejar
de lado a sus valientes antagonistas: Mano Amarilla, Alce Negro, Toro Sentado,
Caballo Loco, Mangas Coloradas, Quana Parker, Osceola, Cochisse y Goyatéh, más
conocido como Gerónimo, ni al Pony Express, la diligencia, el OK Corral, Fort
Laramie y el ferrocarril de Topeka a Santa Fe.
Y, claro está,
celebramos también las pinturas del viejo Oeste de Frederic Remington, George
Catlin y Charles Russell, y las fotografías
de indios de Edward Curtis, también las de Wegee de Nueva York y las tristísimas
de Dorotea Lange sobre la gran depresión de los años treinta. Y, claro, las novelas de Dashiell
Hammet y Jim Thomson, John Dos Passos,
William Faulkner, Ernest Hemingway, Truman Capote...
Tampoco podíamos olvidar a aquellos tipos duros
del cine, como Burt Lancaster, Kirk Douglas, Robert Mitchum, Charlton Heston y
John Wayne o blandos como Rock Hudson, Mongomery Clift, Anthony Perkins o Jack
Lemmon, hieráticos como Clint Eastwood o histriónicos como Eli Wallach, o aquellos
galanes, como Clark Gable, Cary Grant, William Holden, Paul Newman, Robert
Redford, Henry Fonda o Gregory Peck, afortunados mortales por compartir
pantalla con Jean Simmons, Gene Tierney, Hedy Lamarr, Joan Collins, Rhonda
Fleming, Donna Reed, Virginia Mayo, Marilyn Monroe, Jane Russell, Jayne
Mansfield y Raquel Welch o con chicas típicas de comedias: Doris Day, Debbie
Reynolds y Meg Ryan, ni dejar atrás la veta de actores black (is black, but
black is beautiful): Sidney Poitier, Ossie Davis, Jim Brown, Richard Roundtree
(Shaft) Morgan Freeman, Danny Glover o Denzel Washington.
Ni a tipos
larguiruchos como Gary Cooper y James Stewart o bajitos como Mickey Rooney y
Danny de Vito, malvados gangsters -Edward Robinson, Humphrey Bogart y James
Cagney- o celebérrimos tontainas como Red Skelton, Red Buttons o Jerry Lewis,
Buster Keaton, o Stan Lurel y Oliver Hardy, Bud Abott y Lou Costello.
No podían quedarse en el tintero de la
celebración Fred Astaire, Michael Connors, Dan Dailey y Gene Kelly, y las
mujeres que bailaron o volaron con ellos: Ginger Rogers, Cyd Charisse, Ann
Miller o Vera Ellen, ni quienes dirigieron en aquellos años sus películas:
Frank Capra, Franklin Schafner, Billy Wilder, Robertd Siodmak, Robert Aldrich,
William Wyler, William Wellman, George Stevens, Howard Hawks, Anthony Mann,
John Ford o Sam Peckimpah, entre los directores veteranos.
Tampoco olvidar a quiénes se cuidaron de la
ambientación musical con magníficas bandas sonoras - Victor Young, Dimitri
Tiomkin, Jerry Goldsmith, Miklos Rosza, Bernard Herrman, Henry Mancini, Elmer
Berstein y Jerome Moross- o simplemente componían inolvidables melodías: Aaron Copland, Ferde
Groffé, Leroy Anderson, George Gershwin, Cole Porter y Leonard Berstein. Y hablando
de música, ¿qué decir del jazz? ¿Y del swing? ¿Y del blues? ¿Y del country? ¿Y del
pop? ¿Y del folk? ¿Y del rock? ¿Y de las y los cantantes melódicos?
Bien,
pues después de este reconocimiento de la capacidad de influir que tiene el
“poder blando”, según Joseph Nye, desde la más tierna infancia -el Pato Donald,
Walt Disney, los tebeos, los superhéroes-, al día siguiente me entero por la
prensa de que el atrabiliario personaje que temporalmente ocupa, con la “sua
famiglia”, la Casa Blanca, ha celebrado el 4 de julio apoderándose de la fiesta
nacional, una fiesta popular de familiares y amigos, sin carácter político de
partido, y la ha convertido en un acto electoral, en un mitin de partido, o mejor
dicho del ala más retrógrada e irracional del Partido Republicano, y en una
muestra insuperable de “poder duro”, con la exhibición de aviones y carros de
combate; es decir, de imperialismo. Y entonces me coloca entre los adversarios.
Contradicciones que tiene la vida; pura dialéctica hegelian
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