viernes, 3 de diciembre de 2021

Sin abrazo de Vergara (A)

 El 20 de octubre de 2011, ETA, usando el eufemístico lenguaje habitual, anunció el “cese definitivo de la actividad armada” y seis años después, en abril de 2017, en un acto simbólico y propagandístico, hizo entrega de las armas. Con ello acababa la última guerra carlista. La quinta, si no me equivoco, pues la cuarta formó parte de la cruzada franquista. Y concluyó sin abrazo de Vergara.

El balance de estos casi 60 años de existencia (1959-2017) y más de 50 de terrorismo es negativo respecto al propósito original, no al sucedáneo que han ofrecido sus socorristas para edulcorar la derrota, que fue llevar a la práctica el sueño de un fanático naviero vasco, beato y de familia carlista, de sustraer el País Vasco a las tensiones producidas por la modernización, la urbanización, la industrialización y la emergencia de la ciudadanía, mediante el regreso a unas pretendidas esencias ancestrales.

Una ensoñación feudal, como otras en Europa, ante la modernización política y cultural y la revolución industrial y sus efectos: la movilidad social, la emergencia de la clase obrera, la afluencia de trabajadores de otras regiones, la pérdida de referentes católicos, el cambio en las costumbres de la patriarcal y confesional sociedad vasca y los derechos laborales y civiles de las clases subalternas. Dicho de otro modo, la reacción del campo, del caserío y la parroquia, como ya había aparecido en las guerras carlistas -Arana no salía de ese supuesto-, ante la emergencia de la sociedad urbana, comercial, democrática y fabril. Fue una típica reacción antimoderna, como lo fue ambiguamente el franquismo; un vano intento de retener el paso del tiempo y la sociedad rural y artesana, unida por costumbres ancestrales, reales o inventadas.

ETA asumió el legado sabiniano y mediante la fuerza intentó fundar un Estado vasco independiente, formado por tres provincias vascas españolas (Euskadi Sur), Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, con la anexión de Navarra, más tres provincias francesas (Euskadi Norte), Baja Navarra, Lapurdi y Zuberoa, a expensas de los territorios arrebatados los estados español y francés en una guerra victoriosa.   

ETA ha sido una organización muy pertinaz. Carente de mecanismos internos para corregir la estrategia, por exigir una adhesión acrítica e inquebrantable a sus adherentes, obtenida con purgas sucesivas, expulsiones y escisiones, ha sido incapaz de percibir los profundos cambios producidos en la sociedad española en general y en la vasca en particular.  

Tras una etapa de justificación teórica de la violencia y de intentar sacar al pueblo vasco de su letargo mediante propaganda y actividades simbólicas, la siguiente táctica fue animarle a entablar una guerra popular (como en Argelia) contra dos estados opresores -España y Francia (en realidad contra uno sólo, ya que el otro servía de santuario)- en la que ETA se reservaba el papel de vanguardia armada.

Fracasado el intento de vencer a la dictadura con una guerra popular teorizada en la “Insurrección en Euskadi” (1964), ETA, que no percibió cambio alguno con la Transición -nada ha cambiado, fue su obtuso dictamen-, puso en marcha una táctica no para vencer militarmente al Estado español, sino para obligarle a negociar mediante una guerra de desgaste, en la que el Gobierno de turno se viera obligado a ceder a causa de la presión ejercida por la opinión pública para que cesaran los atentados con víctimas mortales. La llamada “Alternativa Kas” era la base para sentarse a negociar, y la baza de ETA para lograrlo era poner “cien muertos sobre la mesa de negociaciones”, como dijo en una ocasión la etarra “Carmen” (Belén González Peñalva).

Aunque no les guste, tendrán que ir a una negociación tarde o temprano y nosotros siempre hemos dicho que estamos dispuestos a sentarnos en una mesa y buscar una salida negociada en el sentido de la alternativa KAS. (Txomin Iturbe Abasolo, noviembre, 1986).

Fracasada la negociación con el gobierno de Felipe González, para forzar una negociación en los términos que deseaba, en 1994 aplicó la ponencia Oldartzen, que tenía por objetivo “socializar el sufrimiento” por medio de la “kale borroka” y atentados contra cargos políticos y población civil. 

Y en 1998, propuso formar un frente nacionalista que abarcó desde sus grupos anejos (HB, Jarrai, gestoras, etc) hasta el PNV, que se formalizó en el Pacto de Estella.

En 1999, se fraguó una negociación del gobierno de Aznar con ETA, que se saldó con otro fracaso, por la persistencia de ETA en sus objetivos, a pesar de las concesiones de Aznar. En consecuencia, al igual que hace cuarenta años, mientras Euskal Herria carezca de instituciones estables y legítimas que le aseguren su supervivencia, seguiremos luchando contra los que actualmente oprimen a Euskal Herría (Comunicado de ETA, septiembre, 2002).

La consecuencia del Pacto de Estella fue el Plan Ibarretxe, en 2004, un nuevo Estatuto de Autonomía fundado en el “derecho a decidir”, que implicaba una reforma del Estado de tipo confederal para admitir la autodeterminación del País Vasco y la anexión de Navarra. Fue discutido y rechazado por el Congreso y por el Tribunal Constitucional.

La progresiva eficacia de la policía y la guardia civil, sobre todo desde la caída de la dirección de ETA en Bidart (1992) y la acción de la justicia fueron derribando la letanía recitada devotamente por los aberzales y el PNV (que era imposible acabar policialmente con el terrorismo, que la salida era política y negociada, que no era posible vincular a ETA con HB, que no era recomendable ilegalizar HB), al mismo tiempo que la sociedad vasca empezaba a reaccionar de forma abierta no sólo contra los terroristas sino contra sus seguidores y patrocinadores.

Los brutales atentados del fanatismo islamista en Madrid, que multiplicaron en crueldad los estragos de ETA, pusieron en solfa la negociación sobre la base de poner muertos sobre la mesa, y mostraron que el rechazo social a todo tipo de terrorismo alcanzaba al País Vasco y hacía mella en sus propias bases.

En noviembre de 2004, ocho meses después del atentado del 11-M en Madrid, cuatro dirigentes etarras encarcelados, reconocían la irreversible situación en que ETA se encontraba en una carta a la Dirección: Nuestra estrategia político-militar ha sido superada por la represión del enemigo contra nosotros (...) Esta lucha armada que desarrollamos hoy en día no sirve. Esto es morir a fuego lento (...) No se puede desarrollar la lucha armada cuando se es tan vulnerable a la represión. La firmaban Pakito, Makario, Pedrito e Iñaki de Lemona.

Los dirigentes de ETA, ciegos y sordos se seguían creyendo invulnerables: Todos los mandatarios españoles han quedado en el camino y la lucha del pueblo vasco siempre ha sido la piedra angular que ha contribuido a su propio fracaso y a mantener abierta permanentemente una profunda crisis política en el Estado español (…) Es evidente, también, que el proyecto español basado en la negación y el sometimiento de los pueblos ha fracasado. (Comunicado, junio de 2006). En consecuencia, con el atentado de la terminal T-4 de Barajas, que produjo la muerte de dos trabajadores, acabó con las conversaciones que mantenía con el Gobierno de Zapatero. Antes de tres meses fueron detenidos los autores del atentado (Comando “Elurra”).

Los atentados siguieron, si bien con menor intensidad, mientras ETA tenía a la inmensa mayoría de su militancia en la cárcel y su dirección era sucesivamente desmantelada, por lo que, carente de recursos humanos, era reemplazada por individuos cada vez más crueles e incompetentes.

La última víctima de ETA fue un gendarme francés, muerto en un tiroteo, en marzo de 2010. El 20 de octubre de 2011, ETA anunció el cese definitivo de sus actividades armadas.

Era la crónica de una derrota anunciada, aunque, largamente demorada. Los hay que son muy duros de mollera y reaccionan con lentitud geológica ante los acontecimientos políticos.

Ayer, Arnaldo Otegui, coordinador de EH-Bildu, con las habituales cautelas del discurso abertzale, lamentó el dolor causado a las víctimas, que no debió producirse. Algo es algo, pero insuficiente, a la luz de todo lo ocurrido.

20/10/2021.

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