En un clima muy crispado en las instituciones políticas, que empieza a serlo en la calle, las elecciones en la Comunidad de Madrid se presentan más como una batalla política a escala nacional que como un reajuste del gobierno regional.
Las
razones de esta artificiosa disfunción son de índole diversa. La primera de
ellas es de tipo coyuntural y responde al interés de quién las ha convocado,
que es la presidenta de la Comunidad para tratar de ocultar el fracaso de su
mandato con un mal balance y las desavenencias con su socio, Ciudadanos, del
que ha querido deshacerse con esta precipitada convocatoria a rebufo de una moción
de censura en Murcia, por donde ahora parece que discurre el Pisuerga.
Para
cualquier otro partido, la convocatoria de elecciones anticipadas en mitad de
la legislatura, sin haber logrado aprobar los Presupuestos y con una sola ley
aprobada -por cierto, del suelo-, sería un fracaso, pero Ayuso, investida de un
triunfalismo carente de base, asume el papel de nueva Juana de Arco de la
derecha con la posibilidad de obtener una mayoría absoluta para salvar España
del comunismo, salvar al PP, vacilante y desnortado, pero aún vivo gracias al
regalo de Rivera antes de retirarse de la política, y, sobre todo, salvarse
ella misma y desplazar a Casado, maniobra que el infeliz y atolondrado líder
del PP no percibe, sino que asume con alegría como telonero electoral. Igual
que Almeida ha renunciado de facto a su función de alcalde capitalino para
aceptar el papel de sacristán de Ayuso, más adecuado a su estatura política,
dejando que la Presidenta le organice sanitaria y comercialmente la ciudad.
Ambos varones han sucumbido a la mirada de la empoderada Medusa.
Aparte de estas razones espurias, existe otra, que no es nueva: es convertir la Comunidad de Madrid gobernada por el PP, en un bastión para erosionar al Gobierno central en manos del PSOE, como lo decía bien clarito Esperanza Aguirre, mentora de Ayuso, en una entrevista que le hacía Zarzalejos (ABC, 1/7/2007): “Soy el contrapunto de las políticas del Gobierno de Zapatero”. En esa entrevista Aguirre afirmaba que, perdidas las elecciones generales, la Comunidad de Madrid era, para el PP, la institución más importante.
Ahora se
aplica el lema de resistir al Gobierno, pero la realidad de los datos diverge:
en 2007, el PP, con Aguirre, obtuvo mayoría absoluta con 67 escaños en la
Asamblea, el PSOE obtuvo 42 e IU 11. En 2019, el PP, con Ayuso, obtuvo 30
diputados, el PSOE 37, Cs 26, Más Madrid 20, Vox 12 y UP 7.
La
diferencia es notable: en 2019, Ayuso no venció al PSOE y tuvo que formar, de
mala gana, gobierno con Cs, aunque su pétreo corazón estuviera en Vox, que
apoyaba o enredaba, pero a escala nacional fue la salvación de Casado. Visto el
mal resultado de la coalición, Ayuso ha convocado elecciones para salir
fortalecida y librarse del socio díscolo, por lo cual la consulta ha adquirido cierto
tono plebiscitario.
Hay otra razón, que es el papel
estratégico de Madrid en el programa del PP.
Madrid,
capital del Estado y capital del capital (o viceversa), cumple un papel
destacado en la configuración del país, como modelo político y económico de la
derecha española -conservadora en lo moral, neoliberal en lo económico y
elitista en lo social- para gestionar el capitalismo de nuestros días.
Madrid,
como conjunción de Comunidad y Ayuntamiento, forma parte de un proyecto a largo
plazo, en el cual el PP no ha reparado en medios, legales e ilegales, para
llevarlo a cabo. El “tamayazo”, la operación político-financiera con que Aguirre
accedió a la presidencia de la Comunidad, y la concurrencia a las sucesivas
elecciones con el partido sobrefinanciado con dinero negro, son pruebas de la
importancia que tiene para el PP conservar poder político local y regional en
Madrid, más aún cuando ha sido desalojado del gobierno central.
En la
Comunidad, la derecha gobierna desde junio de 1995, con Ruíz Gallardón, pero a
partir de 2012, con el abandono de Aguirre (septiembre 2012), se suceden cuatro
presidencias de duración irregular - Ignacio González (septiembre 2012 - junio
2015), Cristina Cifuentes (junio 2015 - abril 2018), Ángel Garrido (abril 2018
- abril 2019) y Pedro Rollán (abril - agosto 2019), hasta la llegada de Ayuso
en 2019, obligada a gobernar en coalición. Hay que recordar que la
inestabilidad se debe, en gran parte, a los muchos casos de corrupción que, a escala
nacional y regional, han afectado al PP, y en los que se han visto envueltos
cuatro presidentes de la Comunidad y decenas de altos cargos.
Por la
cantidad y la cualidad de los casos, que no son individuales, sino largas
tramas de implicados que afectan a cargos públicos y a la dirección del Partido,
la corrupción, en todos los niveles de la administración de todo el territorio,
pero en particular en Madrid y Valencia (otra región martirizada por la
derecha), no es un accidente, una suma de casos aislados de afiliados del
partido, sino que forma parte del modelo de gestión política y económica de la
derecha española, aunque no sólo del PP. La corrupción “engrasa” el sistema, facilita
las relaciones y va dejando agradecidos beneficiarios por donde discurre.
Para
el PP, Madrid es el modelo de gestión de un capitalismo marca España, (Spain
is different), un capitalismo de amigotes y una democracia de parientes y clientes,
que tanto tiene que ver con los usos del franquismo, jubilosamente recibidos como
legado, que son gobernar de forma autoritaria y opaca, sin rendir cuentas, burlando
los controles y alimentando el caciquismo, el tráfico de influencias, la
información privilegiada y las redes clientelares, que forman el banco de
favores de una clase política depredadora, que margina el interés común, las
necesidades de la parte más humilde de la sociedad e, incluso, el interés
nacional, en provecho de la minoría política y económicamente más poderosa del
país. Nada nuevo en la historia de España.
Es un
capitalismo parasitario, surgido del viejo cabildeo proteccionista entre
políticos y empresarios, que crece al amparo del poder institucional privatizando
bienes y servicios públicos, entregados a precio de saldo al capital nacional y
al extranjero más volátil, que son los fondos especulativos, pero asentado en el
falaz discurso de la defensa de la economía nacional y la promoción de los emprendedores,
que suelen ser los vástagos de la derecha, sus amigos y allegados, pues, para
el resto de ciudadanos, y en particular las clases subalternas, el afán
emprendedor y, desde luego, el intento de salir de su subordinada condición, están
vetados por la estructura de la propiedad, el desigual reparto del capital, la disposición
del crédito, la contribución fiscal, la configuración del poder político y las
trabas burocráticas del ineficaz aparato administrativo.
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