Grande ha sido el descalabro
electoral del Partido Popular, que ha perdido 71 escaños en el Congreso (de 137
ha caído a 66) y 74 en el Senado (de 130 a 56), que era su bastión más firme desde
hace 25 años. Y grande ha sido la frustración del nuevo líder, Pablo Casado,
cuyo vuelo gallináceo estaba lastrado desde el principio por la crítica situación
del Partido, que aún no había digerido su desalojo del Gobierno en junio del
año pasado.
Esa era una de las “mochilas”
que Casado llevaba a la espalda en la carrera hacia las urnas, y que no supo
aligerar con un poco de inteligencia y algo menos de prisa, provocada por una
actitud que debe formar parte del libro de estilo, que es tomarse muy mal la
pérdida del Gobierno y tratar de volver a él con la mayor rapidez y sin reparar
en las formas.
El PP, desde siempre, ha
tenido mal perder, y en este caso, juzgaron la moción de censura como una
maniobra, no como un procedimiento legal (y además justificado) para sacar a
Rajoy de la Moncloa, tras la sentencia del caso “Gurtel”, y acusaron de
ilegítimo al Gobierno de Sánchez, como si señalando un presunto culpable se volatilizase
en el aire el problema de la corrupción.
Pues esa es la mochila más pringosa
que Casado lleva a la espalda. Una mochila “llena de mierda”, como la calificó
Álvaro Pérez, “el Bigotes”, antiguo promotor de eventos y proveedor de trajes
del presidente Camps, sobre la que Casado no ha amagado ni la mínima
autocrítica, porque el problema sigue -ya está señalada Esperanza Aguirre en
las investigaciones de la trama “Púnica”- y seguirá pendiendo sobre la jefatura
del PP, con independencia de quien la ostente.
Otra mochila está llena con
los efectos negativos de las medidas de austeridad, que han lesionado, y
lesionarán hasta que sean revertidas, a la parte más popular de su electorado,
que ha podido comprobar que con palabrería patriótica no se tapan las penalidades
dejadas por los recortes y la reforma laboral. Esos efectos se han cargado también
en la cuenta de Sánchez, como si hubiera gobernado los últimos 8 años en vez de
los últimos 8 meses.
La
cuarta mochila es la morosa, indolente e inexplicable actitud ante el “procés”.
Igualmente mal digerido en el Partido y peor aún por el propio Casado, que
entonces formaba parte del pasivo equipo de Rajoy y ha querido absolverse con
acusaciones y gesticulación.
Obviando los cinco años de
flema gallega ante un problema que crecía día a día y que, al final, no se pudo
arreglar negociando como creyeron, pues para eso la vicepresidenta montó un
despacho en Barcelona, la culpa se ha echado sobre Sánchez por hablar con el
President de la Generalitat y se le ha acusado de establecer un pacto con
independentistas catalanes y vascos “para romper España”, que es la versión
actualizada para la ocasión de aquel infundio lanzado contra Zapatero
acusándole de “entregar Navarra a ETA”. Pero la verdad es que la palabrería y
las insidias no han podido borrar los cinco años de insólita pereza ante lo que
ahora presentan como el primer problema del país.
Aún
hay que añadir otra carga sobre las maltrechas espaldas de Casado, que es su
propia cruz, tallada por él mismo con primor artesano, según el consejo de un
pésimo ebanista, al competir con Vox, con la retórica y las formas de Vox,
tratando de sacar pecho para sacudirse el degradante sambenito de dirigir la “derechita
cobarde”.
La campaña electoral, crispada
y faltona, ha sido un desastre, como lo revelan no sólo los resultados, sino
las fugas de sus propios compañeros, que han sufrido en sus carnes las malas
formas de lo que él entiende como renovación del partido; y lo entiende tan mal
que casi se queda sin él.
30 de abril, 2019
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