jueves, 7 de diciembre de 2023

Amnistía para J.J.

En este país y en este momento, en que tanta gente habla sobre la amnistía con el aplomo de los expertos, debo confesar que estoy poco versado en la materia.

Es más, la primera vez que escuché la palabra -escrita, además, en un cartel en inglés: amnesty- y entendí su significado, no me hallaba en un foro internacional de políticos o de juristas, sino en el cine, comiendo pipas, mientras veía una película del Oeste. La amnistía se refería a Jesse James y a su banda de forajidos buenos (y regulares), a los que el gobernador de Misuri quería apartar de sus actividades para tranquilidad de sus vecinos.

Entendí que la amnistía era un perdón que la autoridad competente concedía a aquellos simpáticos delincuentes, excombatientes de una guerra fratricida y víctimas del destino, para reinsertarlos en la vida honrada y obtener a cambio algo de tranquilidad en el negocio bancario y de regularidad en la circulación de los trenes, dada la afición de la banda a asaltarlos, a unos y a otros, para huir después con el botín conseguido.

Pero, como a los miembros de la banda, me inquietaba una duda. Tras obtener la rendición y la entrega de las armas, ¿cumpliría su palabra el gobernador? ¿Y si se trataba de una trampa para apresarlos sin riesgo?

Desde mi butaca rechacé de inmediato la amnistía y pedí, creo que mentalmente, aunque pudo ser en voz alta, a Jesse que hiciera lo mismo, porque, aunque el gobernador cumpliera su palabra, la vida corriente y aburrida de los granjeros de Misuri no era comparable a vivir de expropiar bancos y reventar con dinamita la caja fuerte del vagón correo y, después de vaciarla con provecho, saltar al caballo desde la plataforma del último vagón del tren. Esa sí que era una buena vida.

Ahora no sé lo que haría al respecto, pero tengo claro que Puigdemont no es Jesse James ¡menuda diferencia! Y aunque huir en el maletero de un coche es un acto bastante peliculero, para culminar la gesta independentista lo bueno hubiera sido huir a uña de caballo. Pero el traidor Rufián, el de las 30 monedas, no le acercó un alazán, que hubiera sido lo adecuado para salir al galope, por la Vía Layetana, dando gritos de victoria hacia las cumbres del Cadí.

Y anda gente por ahí, hablando de la amnistía sin saber quién era Jesse James. ¡Qué país!

7 de noviembre de 2023

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