En este país y en este momento, en que tanta gente habla sobre la amnistía con el aplomo de los expertos, debo confesar que estoy poco versado en la materia.
Es
más, la primera vez que escuché la palabra -escrita, además, en un cartel en
inglés: amnesty- y entendí su significado, no me hallaba en un foro internacional
de políticos o de juristas, sino en el cine, comiendo pipas, mientras veía una
película del Oeste. La amnistía se refería a Jesse James y a su banda de
forajidos buenos (y regulares), a los que el gobernador de Misuri quería
apartar de sus actividades para tranquilidad de sus vecinos.
Entendí
que la amnistía era un perdón que la autoridad competente concedía a aquellos
simpáticos delincuentes, excombatientes de una guerra fratricida y víctimas del
destino, para reinsertarlos en la vida honrada y obtener a cambio algo de
tranquilidad en el negocio bancario y de regularidad en la circulación de los trenes,
dada la afición de la banda a asaltarlos, a unos y a otros, para huir después con
el botín conseguido.
Pero, como
a los miembros de la banda, me inquietaba una duda. Tras obtener la rendición y
la entrega de las armas, ¿cumpliría su palabra el gobernador? ¿Y si se trataba
de una trampa para apresarlos sin riesgo?
Desde
mi butaca rechacé de inmediato la amnistía y pedí, creo que mentalmente, aunque
pudo ser en voz alta, a Jesse que hiciera lo mismo, porque, aunque el
gobernador cumpliera su palabra, la vida corriente y aburrida de los granjeros de
Misuri no era comparable a vivir de expropiar bancos y reventar con dinamita la
caja fuerte del vagón correo y, después de vaciarla con provecho, saltar al
caballo desde la plataforma del último vagón del tren. Esa sí que era una buena
vida.
Ahora
no sé lo que haría al respecto, pero tengo claro que Puigdemont no es Jesse
James ¡menuda diferencia! Y aunque huir en el maletero de un coche es un acto
bastante peliculero, para culminar la gesta independentista lo bueno hubiera
sido huir a uña de caballo. Pero el traidor Rufián, el de las 30 monedas, no le
acercó un alazán, que hubiera sido lo adecuado para salir al galope, por la Vía
Layetana, dando gritos de victoria hacia las cumbres del Cadí.
Y anda gente por ahí, hablando
de la amnistía sin saber quién era Jesse James. ¡Qué país!
7 de noviembre de 2023
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