Hace unos días falleció José Antonio González Casanova, abogado, político y escritor -no sé si por este orden-, más conocido en el mundo académico catalán que en Madrid, como catedrático de Teoría del Estado y Derecho Constitucional en la Universidad de Barcelona, y en el ámbito político y periodístico, sobre todo, en los años finales del franquismo, la Transición y la etapa fundacional del nuevo régimen.
Había
sido un miembro activo de la oposición a la dictadura y, como otros estudiantes
de la época, tomó contacto con el mundo de los trabajadores (en gran medida
llegados de otras regiones de España) a través del Servicio Universitario del
Trabajo (del que se ha publicado una historia reciente).
La
visión de la dura realidad de las clases subalternas, y en concreto de los
“otros catalanes” como diría Candel, o de los “nuevos catalanes”, como diría
Maragall, facilitó el cambio ideológico desde el catolicismo comprometido hasta
el socialismo. Participó en la fundación del “Felipe”, el Frente de Liberación Popular,
la primera organización antifranquista surgida después de la guerra civil, del FOC,
el frente obrero catalán, que fue la organización específica del “Felipe” en
Cataluña, como lo fue el ESBA (Euskadiko Sozialisten Batasuna) en el País Vasco,
y finalmente en el proceso de convergencia de las distintas corrientes
socialistas que fundarían el PSC. Como experto constitucionalista participó como
asesor del PSOE en los trabajos de redacción de la Constitución de 1978 y del
Estatut de 1979 y fue miembro del Consejo de Garantías Estatutarias de
Cataluña.
De su
labor como catedrático recuerdo un libro -Teoría del Estado y Derecho
Constitucional (1980), en realidad un libro de texto, en el cual, desde una
perspectiva tanto teórica como histórica, liberada de la hojarasca de las
ficciones ideológicas que las suelen acompañar, expone una teoría de la
política, del poder, del derecho y del Estado, y una amplia introducción a la
teoría de la Constitución y a los sistemas políticos constitucionales. Un libro
recomendable a quienes procedían de la izquierda brava y rupturista, dada al
trazo grueso en política y poco proclive a los requisitos jurídicos, pero
también a personas con vocación democrática, y absolutamente necesario cuando
se estaba erigiendo el actual régimen político. Utilidad que hoy se mantiene,
cuando la derecha, reforzada por el “trumpismo”, no ceja en su intención de
acabar con el sistema pervirtiendo sus funciones para restaurar un régimen
autoritario y clerical, entreverado de actualísimo neoliberalismo salvaje.
González
Casanova fue además un agudo observador político y un crítico de su tiempo,
cuyas reflexiones, vertidas en decenas de artículos en diarios como Tele
Exprés, Mundo Diario, La Vanguardia, El País o Diario
de Barcelona, ofrecen una excelente muestra no sólo de su pensamiento, sino
también de la evolución del país cuando se dirimía su futuro. Fruto de esta
labor crítica y analítica, pero también educativa, son La lucha por la
democracia en España (1975), La lucha por la democracia en Cataluña
(1979) o El cambio inacabable (1975-1985), de 1986. Este último
es una extensa y pormenorizada crónica de la Transición, en la que alude a los
problemas que se iban planteando como resultado de la tensión entre las fuerzas
defensoras de la reforma y las partidarias de una ruptura con el franquismo que
fuera “más profunda que la estrictamente formal y jurídica”.
El
libro comienza con un artículo sobre la figura del dictador -Franco podrá
haber sido el forjador de una determinada España, en todo caso, ha sido la
España contemporánea la que forjó a Franco y la que, en última instancia,
explica su prolongado poder personal, la peculiaridad de su Régimen y la
variadísima gama de problemas que su muerte, más que resolver, revela- y
sobre la naturaleza de ese régimen -El modelo fascista, que muy
superficialmente tentara al dictador, no influyó mucho más al caudillo de 1936.
Hoy se puede afirmar con bastante certeza que el Régimen surgido con la guerra
civil no fue obra de un partido, de un ideólogo y de unas masas, sino de las
élites tradicionales y conservadoras, de una mentalidad de clase media hispana
y de un hombre que supo encarnar y simbolizar los intereses, las creencias y
los temores de dicha clase.
La
innovación profunda que el franquismo aporta durante cuarenta años a la
estructura política española y por la cual algunos historiadores futuros
otorgarán a Franco un lugar objetivamente relevante es, sin duda, el
perfeccionamiento de un aparato de poder capaz de otorgar a la nueva clase
burguesa industrial y financiera la hegemonía necesaria para construir un
capitalismo relativamente moderno. (“La muerte de Francisco
Franco”).
La utilidad del libro no reside únicamente en poder seguir el análisis crítico de la coyuntura, que el autor desgrana siguiendo el hilo de los acontecimientos, sino en reflexiones que desbordan el marco temporal y señalan aspectos esenciales de la idiosincrasia de este país y en proféticos atisbos sobre el futuro.
Por
ejemplo, sobre las tensiones del PSOE en 1979, sobre mantener o eliminar la
calificación de partido marxista: El verdadero problema del PSOE no consiste
en renunciar al adjetivo “marxista” sino en no renunciar a la causa socialista,
es decir a la construcción de una sociedad sin clases. Es evidente que, si
dejar de ser marxista quiere decir olvidarse de que el motor de la historia es
la lucha de clases, entonces es de prever que esa sociedad socialista tardará
en llegar y, en todo caso, no la traerá el PSOE (“Media clase media”).
O la fuga de capitales como problema nacional: El capital que huye se denuncia a si mismo. El que se queda es que tiene la conciencia tranquila o es inteligente y previsor y se apresta a convivir dialogando con el trabajo (…) Si el continuismo se estabiliza volverá el capital huido. Volverá para seguir haciendo esos negocios que ahora le permiten fugarse con las talegas rebosantes. (“Fuga de capitales”).
O sobre la concepción
patrimonial del poder que tiene la derecha: Desde 1874, el conservadurismo
español está acostumbrado a los grandes espacios de tiempo, al <¡ancha es
Castilla!> de hacer lo que le viene en gana sin que nadie se atreva a
presagiar su alternativa (…) El ancho
espacio de la Restauración conservadora duró cincuenta años. La dictadura
ingenua y reformista de Primo no pasó de un sexenio, ni la II República de
siete años. El general Franco, en cambio, le dio al poderoso e inmutable macizo
de la raza cuarenta años más, casi medio siglo más de respiro, como una nueva y
beneficiosa restauración (…) Desde esta perspectiva no se puede pedir al bloque
conservador una Constitución democrática, o sea, un texto o contrato
constitucional con el pueblo español, en cuya virtud quepa la alternancia en el
poder de gobierno. A lo más, aceptará un bipartidismo, hegemónico y de clase,
como en la época feliz del canovismo, pero siempre considerará revolucionario,
subversivo y motivo de tocar a rebato en que un partido socialista en serio,
por ejemplo, alcance el poder en las urnas. La actitud de la derecha en estos
momentos es propia de una democracia apocalíptica, es decir, de una democracia
en la que ella pueda gobernar sucesivamente muchos trienios o cuatrienios,
cuando no lustros, y hasta el fin de los tiempos. (“Conservar el poder”).
Los países sin tradición
democrática en sus instituciones de gobierno y en sus hábitos colectivos
mayoritarios -por un ejemplo, España- suelen acudir una y otra vez a los
recursos mágicos para huir de los problemas que no saben, no pueden o no
quieren resolver. El hombre providencial es uno de nuestros mágicos recursos, y
lo mismo da que se llame Espartero, Serrano o Prim, como Cánovas, Primo de
Rivera o Franco. Todos ellos bien vistos -dicho sea de paso- por los catalanes
bienpensantes, como después lo fue el militar Maciá o lo acaba de ser el
banquero Pujol. El caso es que nos salve un mesías, que nos conduzca un
caudillo, que nos levante el país hacia arriba un “supermán” fascista o
nacionalista y, en algunos casos, ambas cosas juntas. (“La
responsabilidad de la derecha”).
Juzgando el espíritu del libro
a la luz de la actualidad política, caracterizada por el hosco enfrentamiento
que preside un continuo tejer y destejer, se puede concluir que el período de
la obra -1975-1985- se queda excesivamente corto ante la perspectiva de
hallarnos inmersos en un cambio que parece, más que nunca, inacabable.
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