martes, 1 de junio de 2021

15-M-2011. La Puerta del Sol: una enmienda a la totalidad

Durante casi un mes, que es lo que duró la acampada, pronto seguida en otras ciudades de España y otros países, la Puerta del Sol de Madrid se convirtió en un ágora bulliciosa, donde ciudadanos del pueblo llano, en su mayoría jóvenes, se reunieron y discutieron sobre asuntos comunes: la crisis financiera, los bancos, el paro, los estudios, la carestía, la falta de empleo y de vivienda, los contratos precarios, los bajos salarios, la desigual distribución de la riqueza, la mercantilización de la sociedad, la degradación de la vida política y la perversión de la democracia, la opacidad y la corrupción, abordando desde su punto de vista asuntos reservados a los expertos. Es decir, hablaban de la vida de la gente en tiempos difíciles, de su papel en la sociedad que se estaba creando o, mejor dicho, destruyendo, y de un porvenir cada día más incierto. Y de la responsabilidad que los políticos profesionales tenían en ello, como gestores de un sistema paralizado, incapaz de atender las demandas de la sociedad y en particular las de los grupos más vulnerables.  

Coetánea de la “primavera árabe”, una generación perdida -“juventud sin futuro”- se encontró consigo misma y con ciudadanos de otras generaciones para señalar el objetivo que la política debía tener: ocuparse de los asuntos comunes, en favor de la sociedad, no de sus élites, actividad olvidada por quienes hacían de la gestión pública una profesión particular y algunos, un saneado negocio privado.

De largas discusiones salieron cientos de consignas que resumieron sus ideas y sus quejas -“No nos representan”, “Mandan los mercados y no los he votado”, “No somos mercancías en manos de políticos y banqueros”, ““La revolución será feminista o no será”, “Toma la calle”, “No somos antisistema; el sistema es antinosotros”, “Juventud sin futuro: sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo”-, que, desde muchos puntos de vista, formulaban una severa crítica al modelo político, económico y social; o sea, una enmienda a la totalidad.

El movimiento reveló que una parte de los ciudadanos no se había olvidado de la política; que la llamada desafección ciudadana no era tal, que lo cierto era la separación de la clase gobernante respecto a la sociedad; que los políticos, utilizando la ortopedia del sistema representativo, se habían alejado de quienes les votaban y pagaban. Mostró el abismo entre la España oficial, de futuro asegurado, y la España social, de porvenir incierto. Y mientras la clase política, en campaña electoral permanente, discutía de sus cosas y aburría a la gente con su bronca, en la calle, en corrillos y asambleas, se respiraba imaginación, vitalidad, afición desinteresada por la política, discusión abierta e intercambio de ideas, que mostraban dónde estaba la vida y dónde quedaba la burocracia, dónde estaba la sociedad real y dónde la representada en encuestas y sondeos, que servía (y sirve) de única referencia a la clase política.

La Puerta del Sol fue el epicentro de un movimiento sísmico, cuya potencia se desconocía, pero que movió las masas tectónicas que hasta entonces habían determinado la correlación de fuerzas políticas. Faltaba conocer la intensidad del terremoto. 


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