Ignorante, autoritaria y ambiciosa, sí. Populista, oportunista y lenguaraz, también.
En
el Madrid azotado por la pandemia y sacudido por la campaña electoral, brilla con
fulgor propio una estrella de la política -una supernova-, que, entre las laxas
medidas diurnas y el toque de queda, encandila en terrazas y cafés. O quizá sea
más adecuado decir que los madrileños asisten a un espectáculo de pocas luces y
mucho ruido en continua representación: Producciones Ayuso.
La
artista principal es figura de primera plana y de primeros planos, incluso en
su partido, en su afán por aparecer como protagonista absoluta en la escena
matritense.
Desde
su ebúrnea torre en la antigua Casa de Correos, critica (a Sánchez), amonesta
(a Sánchez), advierte (a Sánchez), provoca al recién llegado Iglesias (que cae
en sus trampas), intenta burlar la ley con sobrevenidos intrusos en las listas,
enardece a sus huestes, ignora a la oposición, desprecia a su socio, promete a
los ingenuos, visita, inaugura, corta cintas, aparece y comparece, ríe, llora,
hace mohines, ladea la cara y frunce la boca, según lo requiera la ocasión, en
una exhibición de expresión corporal digna del Actors Studio.
Su
apretada agenda política es un permanente “casting” de telenovela, mostrando
los tópicos de la versión femenina de la derecha neoliberal -la mujer hecha a sí
misma por su trabajo y sus méritos- con que suelen adornarse tantas mujeres
mediocres, nacidas en buena cuna y criadas entre algodones, que han pasado por
la política. Un alarde de fantasía, imitación de Esperanza Aguirre, hispánica versión
de Margaret Thatcher, de infausta memoria para las clases subalternas británicas
(véanse Tony Judt, Owen Jones, Naomi Klein o Ken Loach), que da como resultado
una versión feminizada del falso liberalismo del PP, difícil de conciliar con su
noción patrimonial y patriarcal del poder y con el estilo autoritario y
clerical de gobernar, que le vienen de origen.
Ayuso
reúne los requisitos necesarios para medrar en el PP: ha sido becaria en FAES, y
afiliada obediente, o sea, políticamente nula; es devota de la Curia, es decir,
de la administración eclesiástica, pero ignora el mensaje cristiano; está
avalada por Aguirre y suponemos que por su perro “Pecas”, al que “le llevó” la
cuenta de tuiter (¡qué frivolidad se gasta la marquesa!) y presenta un
currículo cuajado de cursos y seminarios sin acreditar, y tan apretado en
presuntos méritos que coinciden las fechas de unos y otros, en un historial de
portentosa ubicuidad, apresuradamente embuchado como una morcilla con poca
sustancia.
Como
otras personas mediocres que llegan a ocupar puestos de relieve, Ayuso ha
creído que las carambolas que la han llevado a la presidencia de la CAM son
resultado de su innata capacidad para gobernar.
En
su trayectoria garbancera, ostenta un cargo que le viene grande, ya que carece
de cualificación profesional, de experiencia en la gestión y, sobre todo, de
interés en defender los bienes colectivos -lo común y compartido, cuya gestión
es el alma de la política-, pues, por el partido al que pertenece, es enemiga
del patrimonio público, cuyo inexorable destino es pasar a manos privadas cuanto
antes y al precio más bajo posible, pero dejando por el camino el
correspondiente peaje, como acreditan las tramas, no casos, de corrupción
(Gurtel, Lezo, Púnica, Kitchen…), aunque para ella “Mucha de la corrupción,
resulta que no es tanta”. Así que no pretende gestionar nada que no sea en
provecho de su partido y de sí misma, sino reducir el menguado papel
asistencial que aún le queda a la Comunidad de Madrid.
Está
aquejada de laborofobia -aversión a los trabajadores-, sobre todo, a los sanitarios,
a los que somete a jornadas extenuantes, y de aporofobia, aversión a los
pobres, a los migrantes menores no acompañados (“Atender a los “menas” no es
darles una casa con pista de pádel”), a las colas del hambre (“subvencionadas por la izquierda”) y los
okupas (“Un día os iréis de vacaciones y cuando volváis Podemos habrá dado la
casa a sus amigos okupas”), que es lo que hizo el PP en el Ayuntamiento, con Ana
Botella, y en la Comunidad, con Cristina Cifuentes, pero a lo grande, vendiendo
a precio de saldo, a fondos especulativos, no una vivienda pública, sino casi tres
mil.
Ayuso
sigue al pie de la letra el lema reaganiano de que los pobres tienen demasiado
y los ricos demasiado poco, y trata de compensar esta presunta anomalía
privatizando bienes y servicios públicos y manteniendo un adecuado nivel de
paro, para mostrar a los trabajadores quienes son los que mandan.
Es
populachera, inculta con ansia y como tal atrevida en sus opiniones, y aporta
la correspondiente cuota de corrupción familiar (caso Aval Madrid) para no
desentonar en Génova, pero mental y sentimentalmente está en Vox, aunque Casado
lo ignore.
Recita
como un loro la letanía que le preparan sus asesores, pero aporta algo propio,
que muestra con desparpajo de pijachoni: es una
supuesta “identidad” madrileña, un provincianismo rancio, basado en el ocio, el
jolgorio nocturno y el consumo de bebidas alcohólicas (la bandera de la
Comunidad, en vez de siete estrellas, debería tener unas “birritas”, pues la
caña parece el símbolo de la libertad made in Ayuso).
Con el cultivo patológico de esta
singular diferencia como fundamento político, Ayuso se ha colocado junto al
catalanísimo Torra para oponerse a lo decidido por el Gobierno central y el
Consejo Interterritorial de las Comunidades contra la pandemia, adaptando de
forma laxa las medidas y posponiendo siempre la hora del toque de queda, de
modo que, si, según sus palabras, “Madrid es España dentro de España”, según su
práctica Madrid es España, pero sanitariamente menos que España y una hora más
tarde que en España.
Madrid is different es el lema, de raíz fraguista, que
distingue Ayusistán del resto del orbe.
30/4/2021
El obrero 1 de mayo, 2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario